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lunes, 4 de diciembre de 2023

TRES POEMAS DE RAÚL ZURITA EN INRI

 



 

 

 

Hay un barco en medio del desierto. Un barco

reclinado sobre las piedras del desierto y arriba la

losa a pique del cielo. El océano invertido del

cielo cae sobre las piedras y estas gritan. Nadie,

salvo las piedras son capaces de gritar así. Mireya

se tapa los oídos para no oír el chillido del

desierto. Chile grita, el desierto de Chile grita.

Mireya acumula pequeñas flores de plástico frente

a un barco arrumbado en el pedrerío.

 

Están las costas, las tercas costas sin mar trepando

para atrás sobre las olas muertas de los cerros.

 

Mireya dice que es la madre de Chile. Que es la

madre de un barco inclinado en medio del

desierto.

 

 

―――――――――――

 

 

Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos

buscan las tuyas porque si yo te amo y tú me

amas tal vez no todo esté perdido. Las montañas

duermen abajo y quizás las margaritas enciendan

el campo de las flores blancas. Un campo donde Los

Andes y el Pacífico abrazados en el fondo de la

tierra muerta despierten y sean como un

horizonte de flores nuestros ojos ciegos

emergiendo en la nueva primavera. ¿Será? ¿Será

así? Las margaritas continúan doblándose sobre el

mar difunto, sobre las grandes cumbres difuntas y

en la oscuridad, descendidos, como dos envanecidas

pieles que se buscan, mis dedos palpan a tientas

los tuyos porque si yo te toco y tú me tocas tal

vez no todo esté perdido y podamos adivinar

algo del amor. De todos los amores muertos que

fuimos y de un campo de flores que crecerá

cuando nuestras mortajas blancas, cuando

nuestras mortajas de nieve de todas las montañas

hundidas nos besen boca abajo y nos vuelvan

para arriba las erizadas pestañas.

 

 

―――――――――――

 

 

EPÍLOGO

 

 

Cientos de cuerpos fueron arrojados sobre las

montañas, lagos y mara de Chile. Un sueño quizás

soñó que había unas flores, que había unas

rompientes, un océano subiéndolos salvos desde

sus tumbas en los paisajes. No.

Están muertos. Fueron dichas las inexistentes

flores. Fue ya dicha la inexistente mañana.

 

Santiago, Chile,

enero, 2001 – marzo, 2002

 

 

 

Raúl Zurita

INRI

 

Prólogo de Alejandro Tarrab

 

Visor


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