No
puedo, en palabras, atrapar el hueco de esta pérdida. Se me escapa en arena
entre los labios. Se me alojan, a cambio, sus raíces en el vientre. Y mientras
la apaciguo, crece. El tiempo comprimido abre en mi pecho dos, cuatro, diez
sonidos sin señal. Esta es la dureza del silencio. Que ilumines la oscuridad
con tus ojos de mineral de tigre, la hace doblemente oscura. Bebo sus horas de
carbón y dejo que revienten en mi sangre. Me trago, uno a uno, los estragos del
dolor en la garganta, en la vértebra amarga que conecta el tronco y el cerebro
en un error nervado de la médula. No hay pájaros oscuros en la hoja, polimorfos
y acróbatas, que enrosquen lo suficiente sus pescuezos para anudarnos en sus
rastros. No tengo manera de retenerte. De saciarme de ti ahora. Y siempre. El
incendio revela la ausencia de llama. La casa niega el hogar. El texto vacía el
amor. Y lo diseca.
Ana
Rodríguez León
Glitch
Editorial
Zoográfico
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