24 de noviembre
Lo familiar
Conversación
telefónica con la tía Ema. Se lamenta de que sólo tuve una hija mujer porque,
dice, se va a perder el apellido. Pregunta si no estoy a tiempo de buscar el
varón. Para tranquilizarla, le digo que “Giordano” es un apellido tan común que
no corremos ningún riesgo de que pueda desaparecer. “Yo digo el nuestro, el de
nuestra familia”. En pocas pero elocuentes palabras, le explico lo que siempre
explico a mis alumnos; que nada del lenguaje nos pertenece, ni siquiera el
nombre propio, y que las palabras nunca retienen lo que podría haber de
intransferible en aquello que nombran. “Si uno fantasea con la supervivencia de
rasgos familiares, habría que apostar a algo más indirecto y equívoco que el
apellido”. Dice que entiende ―lo
mismo dicen los alumnos―,
pero que es una pena que sólo haya tenido una hija mujer: hubiera sido lindo
que no se perdiera el apellido.
Entre
otras cosas ―no
muchas más―,
lo familiar es una fuerza imperiosa, un reclamo ciego de conservación y
endogamia, capaz de convertir a una persona amable y divertida, tal la tía Ema,
en un acreedor inesperado y una criatura fastidiosa.
Alberto
Giordano
El
tiempo de la convalecencia
Kriller71ediciones
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