17
Porque
el amor existe como existen las mareas
y el
viejo acantilado que te sigue.
¿Podrías
preguntar
si no
hubiera respuesta?
Quizá
nuestro universo venga de un cosmos precedente,
quizá
nuestro universo no sea el más complejo.
¿Hay
recuerdo de lo no sucedido?
¿Cómo
es lo que no sucederá?
¿Cómo
lo que no ha de suceder?
Los
besos son inmortales. La lluvia, mansa.
Y el
futuro, sólo una promesa.
Miras a
los ojos lo que vale la pena,
también
el dolor,
y
sigues viaje.
Mientras
quede una pregunta, sigues viaje.
Siempre volvemos a la casa del padre.
18
Llorar
lo perdido también es agradecer que lo tuviste.
Y un
aroma en primavera te sacude,
hueco
omnipotente, mas sin calendario,
de
nuevo espíritu errante.
Quizá
sobrevivir sea buscar sentido.
Sientes
crecer los anillos de los árboles
y el
fluir transparente de las rocas
y el
saber antiguo que susurra el viento.
Hila
que une lo visible y lo invisible,
caminos
que van y vienen de continuo.
Imposible
no caminar: esa
era la
condena. O el regalo.
Nada
sin amor.
Siempre volvemos a la casa del padre.
27
Pero el
ojo que ve no se ve
y tu
palabra es nómada en el tiempo.
¿Ha
pasado al fin el frío?
El
viento del sur abrirá las flores.
¿Hay
más raíz que los afectos?
Deambulas
como siempre por la ciudad amada,
siempre
solitaria y un dolor punzante:
calles
distintas, ciudades distintas,
pero el
mismo extrañamiento:
como
haberse perdido.
Hilos
invisibles ligan corazones
con el
sortilegio de las llanuras.
¿Ves el
ángel
y la
espada de fuego de doble filo?
Siempre volvemos a la casa del padre.
Carmen
Borja
Libro
del retorno
Lumen
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