HABLAR
EN PAXARIÑO
Puede
tocarse
lo sublime con los dedos aún mojados de lejía
raspados
por el estropajo y por un dios de la transparencia.
Puede
una prepararse para ver apagarse
las
tres luces
en el
filme de Frizt Lang
y caer
despeñada mente abajo
hasta
poner los pies en la base de la conciencia
allí
donde los azúcares alcanzan el punto almibarado
y a esa
disolución no sabemos qué nombre ponerle
amor límite metacrilato
no
sabemos.
Puede una
pues
estar
lista para el infinito
y mirar
desde dentro el lenguaje sin temer
que las
ruedas de la sintaxis nos pasen por encima del corazón
como
los carros imperiales de Décimo Junio Bruto.
Puede
una
ocultarse
tras la máscara postmoderna y escapar del poema
y hacer
del sujeto una sombre china.
Incluso
puede
sentarse
a verse crecer órgano a órgano
y
perder
el
conocimiento
en
busca del placer.
Pero
nunca puede una imaginar
que la
sangre de su padre vaya a retrotraerse
precisa
como el polen
hasta
convertirlo en el niño que fue y que nunca se fue de él
guardado
en el fondo de un arcón de cromosomas entre granos
de
centeno y pobreza.
Eso no.
Y verlo
tropezar en las sílabas como si fueran pedruscos prepalatales
llamar
a su madre muerta hace cincuenta años
hacerse
pis en el pantalón que llevaba en 1930
desaprendiendo
a ser
como si
los arados de Heidegger arrasasen su mente de tierra.
Por eso
cada
vez que abandono el lenguaje verbal
y cojo
su mano entre mis dedos
aún
sentimos juntos
las
veinte toneladas de haces de hierba y de maíz los diez millones de pacas
las
veinte mil horquillas de estiércol arrancadas del albañal
los ciento
cincuenta caballos del tractor y algún amor
regresa
de repente
del
centro comunal de alguna feria
y todavía
su pecho me habla en paxariño
y sobre
la punta de los pies de mi mente
entro
de la
mano de mi padre
al
Paraíso.
Olga
Novo
Felizidad
Traducción
y notas de Xoán Abeleira
Olifante
Ediciones
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