LAS ACEQUIAS DE 1937
Los
relojeros de la monotonía han sacado la ganzúa que abre la cerradura de los
horrores. De nuevo la liebre del destino ha sido atropellada por un carromato
de látigos y la curruca capirotada bisbisea alrededor de las almas para suerte
del desierto, arcén de la autovía.
Mejor
un gato aunque sea tramposo que estar solo.
Una
canoa londinense chapurrea alemán con el camillero de la ambulancia. Tiene
prisa, como sucede en todos los inviernos disecados con nieve y parece ser que
calza la mesa con hule de nailon para provocar sarpullidos en las vocales de las
interjecciones.
Todas
las muertes son tristes cuando suceden en las cunetas. Que se lo digan a Justa
Freire que escondía niños pobres bajo su mandil y regalaba naranjas: frutos
para los retortijones del hambre y un reguero de muecas en el teatro de las
multiplicaciones.
El
franquista-come-ratas-del-bigote hizo un autentico genocidio con la primavera.
Eso no sale en los libros de historia pero de un bostezo mandó el carpe diem
y el ubi sunt al tempus fugit con estrellas y todo.
Desde
entonces, los niños saltan sobre castillos hinchables, las hormigas se persiguen
como pecas en el cadáver de una pelirroja y el amor… Todo fue tan deprisa…
Nadie sabe qué pasó con el amor.
Raquel
Ramírez de Arellano
Las
arquitecturas de las colmenas
Devenir
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