Ellas ven mentir,
la contradicción, el movimiento.
Vibran. Mienten.
Un ejército de abejas en las lindes,
armaduras doradas.
Las que escuchan al enemigo.
Zumban. Todo lo ven.
Prismáticos ojos y bocas dardo.
Trenzado vuelo de muchedumbre
dentro de mi.
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El viaje a esos muros,
el grito sobre la carne.
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Lo que oigo es el
ruido,
el trastabillado chirrido de la madera
contra el suelo combado.
Lo que oigo es humedad,
el quejido de las sábanas sobre mi
cuerpo.
Estoy aquí en el rincón último.
El vaho flota atado a los dedos de mis
pies
como globos aerostáticos.
Tengo el cuerpo pequeño y pesado.
Me he hecho impenetrable.
Estoy tan escondida, tan atenta, tan
aterrorizada.
Estas son las vistas de mi encierro.
Alguien trae comida pero no me ve.
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Feroz
la mano que aprieta.
Un mundo creado como una perla,
mácula,
solo para tus inmensos ojos,
acurrucados contra el suelo.
Tan horizontal y blanca,
casi subterránea.
Los árboles crecen de sus raíces,
las lágrimas no se gastan,
los pájaros, a veces, se comen a sus
crías.
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Mi tierra sumergida
tiene un ojo de ballena
que otea y llora impotente.
Un bosque abisal delimitado por colmenas,
puestos de vigía diminutos como celdas.
Nos dijeron que no diéramos la voz de
alarma.
Nos dijeron no hay alarma, tú eres la
alarma,
y tienes una boquita de piñón como
para que no la abras nunca.
Pero ábrela y calla, decían los
cascotes de mi pasado.
Cayeron. Como gigantes cayeron.
Yo los vi caer, arrasar, huir
silenciosos hacia la muerte
como dictadores que fenecen pero no se
van.
Yo quise preguntar, tenía preguntas
atadas al dedo índice,
¿De qué ruinas, estos cascotes?
¿De qué galaxia, los meteoros
suicidas?
¿De qué ciudades arrasadas, estos
escombros?
Yo quise preguntar
pero tengo una boquita de piñón y
callar,
me decían, era síntoma de belleza.
Nares Montero
Abejas en los lindes
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