Déjalo estar
tú no eres mujer de horno y niños
no eres capaz de mantener con vida ni
a un cactus.
No necesitas casa y semental
suéltalo y echa a andar de una vez.
Aquel amante tuyo tenía razón
para ti las personas son accidentes:
de pronto te suceden.
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Diluida en lo
cotidiano
huyo tan despacio que
parece que me quedo.
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Cuánto más se tienen
que aflojar tus carnes
cuántas arrugas te tienen que
escribir en la cara
que el tiempo se acaba
y tú todavía no aprendes a vivir.
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Ya no tengo más
cuerpo en absoluto.
No digo despellejada descarnada
desmenbrada.
Noto simplemente que ya no tengo
cuerpo:
soy la pura humedad que un día caló
los huesos que tuve.
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Me aplico: estoy
borrando tu sexo
—comida para las abejas—
el mundo exterior no puede alimentarme
por eso yo
con las fresas magulladas de mis
labios
emborrono tu sexo.
Bajada a bajada lo consigo
me acerco a ese estado de perfección
que es
la anulación del sentimiento.
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Corté los hilos
limpié las huellas
detuve todo flujo que pudiera
extenderse
del uno hacia el otro.
Barrí tu cuerpo de huesos y carne
fuera de mi cabeza.
Todo lo tibio también todo a la
calle.
Y tú sigues repicando
incansable entre los tubos
vacíos de mis arterias.
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La belleza es un mal.
Algo que se te clava
como un gancho de carnicero.
Por su belleza soy un costillar
colgado para la venta.
Roja es mi carne cuando lo miro vean
cómo me abro de garganta a sexo.
Podría pasar horas goteando
contemplando
la forma de su espalda en el colchón.
Miriam Reyes
Jaula
Ediciones del 4 de agosto
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