IV
Existen
unos pocos momentos
en la
vida
en los
que después
de una
palpitación
del aire
—del
vello o de la piel—
ya nada
vuelve a colocarse
en el
sitio
que
antes ocupó
y algo,
como una
ansiedad de plomo,
se
enquista
en el
torrente sanguíneo
y me
hace llorar.
Retomo
uno de esos momentos
mientras
aguardo,
casi
vencido,
no sé
bien
qué
o a
quién.
Es un
pálido
mediodía
de primavera. Tengo
la
inocencia
de la
temprana juventud
y estoy
a solas contigo. “Enséñame
a
escribir
cartas
de nata
y poemas
en azul” ——me dices
suplicando
con tus ojos
fijos
en los míos—. Y es ahí,
durante
ese extraño segundo
en
el que se funde
la
frase
con
el gesto de tu mirada,
cuando
una sístole
o
diástole
arde
en mi pecho
obligándome
a retener
el
primer escalofrío,
la
metálica antigüedad
del
verdadero amor.
Luis
Ángel Lobato
Unos
ojos en la travesía
Poesía
Playa de Ákaba
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