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domingo, 18 de febrero de 2018

TRES POEMAS DE EL CUADRO DEL DOLOR DE ANA CASTRO





HERENCIA


Los nacionales entraron en el pueblo.

A Ella le invadió un miedo atroz al entrar en casa
y ver cómo el perro se abalanzaba sobre ella.
Se sucedieron volantes, fotos antiguas, años de resistencia,
su padre muerto, vestidos de lunares, otros
perros más grandes,
un madrecita, que me quede como estoy.
A su hermano lo arrastró de la oreja a casa.
Después vino a buscarme a mí,
porque creyó que me llevaba el hombre del saco.

Quizás fue eso la guerra civil
y no lo que contaban en las noticias.

Ahora sé que las fobias son hereditarias.



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CICATRIZ


Cicatriz es mi poema,
porque me han abierto del derecho y del revés,
y me han vuelto a cerrar
y a abrir de nuevo
para palpar aquí y allá,
como hacen las niñas que juegan
a ser doctoras y poco a poco palpan,
introducen sus dedos y reconocen
un corazón, un útero, un hijo.
Así, así han dispuesto de mí,
como la abuela debió hacer algún día
con la muñeca de trapo
que se perdió entre la guerra y la mudanza
y apareció en el patio y luego
yo volví a perder. Así,
como posar los dedos, apretar suavemente el fieltro
e introducir las yemas en el vientre
para ver que sólo hay algodón.



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CUCARACHAS


Casi como una plaga,
el dolor invade el cuerpo.
Cualquier resistencia de la epidermis
no queda sino en hematomas y algún
sangrado leve.
El grito y un cortaúñas que devuelve las células
muertas a su lugar: el suelo.
Y allí, ellas juegan con mis cucarachas.

Un día la piel aprende y ya no supura.
Entonces, acontece el silencio.

Los ojos se quedan oscuros
y periódicamente sobreviene la náusea.
Las cucarachas pasean entre las cicatrices
y buscan alimento, más allá de la ducha.

Luego, cuando el corazón deja de preocuparse por bombear,
las cucarachas mueren.

Los temblores parecen algo fortuito,
pero no. El dolor no se reabsorbe.



Ana Castro
El cuadro del dolor



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