Los hijos de la tierra
Pues todo lo había relatado a tu hijo,
enviado a buscarte, el anciano Néstor, y él a mí.
Los
hijos que descansan bajo los almendros y sobre la harina.
Las manos
que los hicieron. La harina en la mesa y las perlitas
blancas
de los restos.
Los
hijos y el olivo.
Y aquí
tranquilos,
pequeñas
muestras de células espantosas que caminan con los
pies
sucios. Células transparentes. Corazón de cigüeña de los
libros
de preescolar. Pero nosotros sabemos la historia
de la
harina y los metales. Las manos blancas que los hicieron.
Las
perlitas de los restos.
Los
hijos y el olivo.
Y aquí
tranquilos,
como si
no fuera nunca a pasarles nada. Como si todos los años
que
vienen fueran el mismo. El baúl de los tesoros. Las
sorpresas
del desierto. Las naves de extraterrestres. Las visitas
de la
tarde. Y el ruido.
El
ruido de las células transparentes. Las células sucias
pequeñitas
como un suspiro de plástico en la punta de la nariz.
Vienen
los hijos.
Corazones
transparentes. Manos de harina. Ellos duermen con
esa
respiración de los que no tienen nada que temer. Son
diminutos.
Huesos que no crecen por ahora. huesos que no
conocen
las matemáticas ni el infierno.
Tienen
todos los nombres en los ojos. Boca azul y boca abierta.
Huelen
a Nenuco porque una mano de harina los perfumó
cinco
horas cuando todo estaba oscuro y no era todavía la hora
de la
leche.
Los
hijos y el olivo.
La
madre que camina dando zancadas de plata como la
Historia
con pantalones de chándal. Tiene un hijo y lo elige
entre
los otros doce que respiran sobre la tierra. O la tierra
respira
debajo de ellos. Y ellos se mueven. Lo que llamamos el
compás
del espíritu santo y el cuento antes de acostarse y de
que
lleguen los hombres malos que queman las cosas bellas.
Los
hijos y el olivo y las manos blancas que los crearon como si
fueran
una cosa bella que nunca jamás será quemada.
Y aquí
tranquilos.
El agua
en la montaña y los hijos pequeños como el ave roja
dentro
de una cabeza de espiga buscando el agua en la
montaña.
La mano
que llega en la madre dando zancadas y se mueve la
tierra
y se mueven los hijos de la tierra.
Descansan
bajo los almendros. Las perlitas blancas. La madre
se
lleva al hijo transparente que podría ser un sueño de oro o
una
mentira.
No
importa demasiado. Porque elige con sus manos llenas de
harina
y huele a colonia Nenuco y a las cosas bellas que nunca
jamás
serán quemadas.
O eso
piensa.
Una
madre nunca es alguien de quien fiarse.
Coloca
al hijo en un clavo y la pared cubierta de adornos de
otro
tiempo. Anillos de cristal en las manos de harina. Crea al
hijo y
crea el pan que dará de comer dos bocas. Y con el mismo
movimiento
coloca al hijo en un clavo.
Los
demás siguen durmiendo.
Células
transparentes. Caben en un puño de plata.
Podrían
ser un sueño de oro o una mentira.
Pero
nosotros sabemos la historia de la harina y los metales.
Las
manos blancas que los hicieron.
Las
perlitas de los restos.
Duermen
como hijos de la tierra que realmente no piensan en
ningún
momento del descanso
que
alguna vez será posible
que se
quemen todas las cosas bellas.
Nota: las citas que encabezan los poemas pertenecen
a las Heroidas de Ovidio.
Alicia
Louzao
Nadie
dirá que estuvimos aquí
V
Premio de poesía Centrifugados/Pueblo de San Gil
Ediciones
Liliputienses
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