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jueves, 24 de agosto de 2023

TRES POEMAS DE SANTIAGO VENTURINI EN LA COLONIA AGRÍCOLA

 


 

22.

Hay partes de la colonia agrícola

que siguen siendo iguales,

pedazos de lugar

que no envejecieron

como yo:

la fachada neoclásica

de la biblioteca,

el banco Nación,

el frente de algunas casas.

El cemento es más firme

que las generaciones.

En la esquina de la escuela

San Martín

calzo 35

y cincuenta metros después

me vuelvo un hombre.

Me agrando me achico

cambio de tamaño,

de cabeza:

levanto la vista para ver

a mis papás

la bajo para mirar

a los perros.

En mi entrenamiento

para ser adulto

nunca aprendí a dejar

que las cosas se vayan,

siempre me quedo agarrado

a algo:

en la calle Alberdi

hay una casa demolida

pero yo sigo sentado

entre las plantas del patio.

 

 

 

24.

En el ábside de la iglesia

hay una pintura

sobre el nacimiento de Jesús.

María está en segundo plano,

muerta de cansancio por el parto.

A nadie le importa,

todos adoran al niño.

Alrededor hay criadas

haciendo lo mismo que hicieron

en toda la historia del arte:

trabajar.

No tienen tiempo ni para Dios.

 

Vi esa imagen durante los años

de mi educación cristiana.

Estaba ahí cuando revoleaba

los ojos en misa

y me vigilaba desde la altura

cuando tenía que confesarme

con el padre Rucci.

Después de mi selección

de pecados

me tocaba rezar

bajo los fluorescentes blancos

de la Virgen María.

La luz era igual a la luz

de la despensa de mi barrio

y yo creía estar arrodillado

ante el mostrador

con su cortadora de fiambres.

 

La pintura siguió ahí

cuando llegué a la confirmación.

Monseñor Storni

iba a oficiar la ceremonia,

las señoras creyentes deliraban.

Al final no vino

y nos ungieron los dedos

de un cura cualquiera.

Una década después

cuando yo había negado a Cristo

Storni fue acusado

de abuso sexual

y nuestros padres suspiraron

frente al televisor.

 

 

 

27.

Cuando mi mamá empeoró

mi hermana Tani tuvo que aprender

a poner inyecciones.

Practicaba con una naranja

o un pedazo de carne.

 

Fue su enfermera personal

durante años.

Si mamá no podía dormir

ella no dormía,

si tenía hambre

ella también.

Era su doble sano

siguiéndola del baño

a la pieza.

Al final

la primera hija

que tuvo mi hermana

fue su propia madre.

En el último tiempo

la alzaba como a un bebé.

 

Yo tenía trece años.

Iba a la escuela

ponía la mesa

y no paraba de paladear.

 

Tanto

que cuando mi mamá

hizo su última transmisión

desde la tierra

y se despidió del mundo

en la nave espacial de su cama,

yo estaba subido a mi bicicleta

pero mirando al cielo

para verla despegar.

 

 

 

Santiago Venturini

En la colonia agrícola

 

Ediciones Liliputienses


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