«Cuando
se perdieron los antiguos nombres que los yaganes dieron a cada parte del mar y
de la tierra y no hubo respeto y nadie preguntó.
Cuando cambiaron la lengua, el país y los
símbolos, los nombres del cielo y de la tierra.
Cuando destruyeron las casas y desapareció
el ákar donde se reunían los ancianos
para contar sus historias junto al fuego.
Cuando el bando malo se convirtió en bueno y
el bueno en malo.
Cuando los unos masacraron a los otros, y
los otros masacraron a los unos.
Cuando los pueblos se acercaban con sus
canoas a cabo Webley, donde vivían lo wátuwa y se metían en el agua y los
correteaban hasta que otro wátawa decidió acabar con ellos lanzándoles flechas
muy puntadas.
Cuando irrumpieron los balleneros, los
buscadores de oro y los loberos y aniquilaron toda la vida posible de la faz de
esta tierra.
Cuando el frío más horrible asoló el país.
Cuando la mentira se convirtió en ley, y la
ley en un arma arrojadiza.
Cuando a los periódicos les dio por escribir
cosas diferentes sobre las mismas cosas y empezaron a hablar de brigadas
represivas formadas por obreros buenos
amistados con patrones, empleados ejecutivos, capataces, oficiales retirados
del ejército, de la marina de guerra y de la policía.
Cuando, definitivamente, el poder puso el
mundo al revés y los que tenían las armas empezaron a patrullar los pueblos
decididos a defender lo que habían robado.
Cuando de alguna parte salieron las hormigas
para comerse y arrastrar los jirones del último vástago de aquellas tribus que
parecían malditas. […]»
Pilar
Salamanca
Tempest
Círculo
Rojo Editorial
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