Arándanos
Un
grupo de mis alumnas de diez años
vienen
a decirme entre sonrisas
que hoy
en el recreo de la escuela han almorzado arándanos.
Arándanos,
les digo.
Hace
trece mil años, antes de la última glaciación
ya
existían los arándanos.
Sus
restos han sido hallados en los fósiles de los animales
por los
paleontólogos.
Los
griegos y los romanos
los
tenían incluidos en su dieta alimentaria.
Los
indios de Norteamérica relatan que el Gran Espíritu
envió
una vez bayas de estrellas, arándanos azules,
para
poder salvar de la gran hambruna
a los
niños de las tribus indias.
En el
extremo de cada baya
se abre
el hueco de una estrella perfecta de cinco puntas.
Se
llaman moras azules,
pero
también pueden ser rojas.
Cada
vez que escribáis hoy en la clase el resumen de un tema
acordaros:
de
rojo, las ideas principales, dulces como arándanos,
de
azul, las secundarias, suaves como la mano que mece la rama.
El
resto es helecho
y solo
sirve para el forraje de invierno de los animales.
Vosotras
comed arándanos,
tendréis
los ojos brillantes,
veréis
la vida desde la plenitud de lo fundamental,
desde
el fundamento de lo cotidiano,
seréis
capaces de descubrir las estrellas caídas en la noche
en
medio del barro de todos los caminos.
Comed
arándanos, les digo.
Y
ellas, me dicen:
¿Quieres
uno?
Iosu
Moracho Cortés
Iceberg
Amargord
Ediciones
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