II
Aquellas
madrugadas en los puertos
de
tabernas insomnes
y los
acordeones del destierro,
no
buscaba a los rubios marineros,
aquellos
extranjeros de frondosos tatuajes
que se apoyaban
en los mostradores,
y su
aliento traía el aguardiente
de las
naves errantes y los rostros
de
mujeres nocturnas y remotas.
No
buscaba a esos otros marineros
cuyas
promesas se difuminaban
en una
despedida inexistente
y
siempre se marchaban en las tardes de junio
para no
regresar. Quedaba el nombre
como
único amuleto de su paso,
junto a
aquellas palabras que se dicen
cuando
sabemos que el exilio acecha,
que
podemos quedarnos o escapar.
Los
tatuajes quemaban y esas noches
yo
buscaba el camino de regreso hacía Ítaca,
las
colinas de Roma, la ciudad de Kavafis
o un
barco que zarpara a la isla de Safo
Verónica
Aranda
Tatuaje
Hiperión
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