Ayer oí
en el parte que la muerte cotiza
ya en
bolsa y auguraron —sin asomo
de
humor negro, era un reportaje serio,
bien
contrastado— el éxito de la singular
iniciativa
porque subió como la espuma
nada
más ponerse a la venta. A juicio
de la
periodista —y era joven, con clase,
seguramente
bien preparada— las compañías
de
pompas fúnebres son un valor en alza, garantizan
un
negocio redondo dada la contumacia,
la
lealtad de su clientela. Y esta expresión
es mía,
claro, ella habló de mínimos riesgos,
de
dividendos y mercado; con un aire
de
chascarrillo del destino en clave de demanda
—ya
digo que esa joven y bien instruida—.
Como
tantas, había obviado esta
noticia
presentada al cierre, de relleno, como
divertimento.
Ahora he reparado en el extraño
nombre
de la empresa y acabo de comprender
que ni
las funerarias son hoy comercios
familiares
más bien discretos, tristes, un poco
vergonzosos.
Que al fin las multinacionales
no sólo
nos gobiernan sino que han decidido
apropiarse
también del sudor
de los
dioses para animar a los mortales
a
sufragar su entierro con acciones
—la
asonancia es aún mía pero la muerte
debe
ser desde hace tiempo monopolio suyo—.
—NI SIQUERA EL AZAR: TUMBAS—
Fermín
Herrero
Un
lugar habitable
Hiperión
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