Las
mujeres de esta familia enviudamos rápido. Los hombres se nos consumen como
cirios de las iglesias, al poco tiempo de casarnos todo lo que queda de ellos
es un cerco en la sábana que no se quita aunque te dejes las manos restregando.
Mi madre decía que la casa los seca por dentro hasta que se muere. Lo sabían
bien, cuando quitamos un ladrillo para ver a mi padre estaba seco como el
esparto. Yo debía de tener unos ocho años, había llegado a casa rabiando porque
la más chica de la Matilde me había dicho que a mi padre no le habían matado en
la guerra, que se había ido con una de sus fulanas. Y a ti qué te importa lo
que diga esa meapilas, dijo mi madre, a ver si se cree que no sabemos a cuántos
se han llevado de paseo por culpa de su familia de chivatos.
Layla
Martínez
Carcoma
Editorial
Amor de Madre
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