La
reacción del hablador al fracaso de
la prosa es, en efecto, lo que Bataille denomina «el holocausto de las
palabras». Mientras podamos creer que una armonía preestablecida rige las
relaciones del verbo y el Ser, usamos palabras sin necesidad de verlas, con una
confianza ciega. Son órganos sensoriales: bocas, manos, ventanas abiertas al
mundo. Al primer fracaso, toda esta palabrería se desmorona y queda fuera de
nuestro alcance; y pasamos a ser capaces de ver el sistema entero: ya no es más
que un mecanismo escacharrado, destruido, que aún agita los brazos para indicar en el vacío. Somos conscientes de
golpe de la locura que supone la empresa de nombrar; entendemos que el lenguaje
es prosa en esencia y que la prosa, por esencia, es fracaso; se alza el ser
ante nosotros como una torre de silencio y, si tratamos una última vez de
asirlo, descubrimos que no queda más alternativa que el silencio: «evocar,
entre sombras de urgencia, el objeto acallado por alusivas palabras, nunca
directas, reducidas al silencio igual». * Nadie lo ha explicado mejor: la
poesía es como el ilusionista que intenta sugerir el ser en y a través de la
palpitante desaparición de las palabras, el poeta nos hace sospechar, más allá
del tumulto que en sí mismo se anula, la enorme densidad del silencio; puesto
que no podemos callarnos, es necesario crear
silencio con el lenguaje. Desde Mallarmé a los surrealistas, el objetivo
último de la poesía francesa tiene que ver, a mi modo de ver, con esta
autodestrucción del lenguaje. El poema es una cámara oscura donde las palabras
dan vueltas entrechocando, enajenadas. Colisionan al vuelo: se encienden
mutuamente, se incendian y vuelven a caer en llamas.
Jean-Paul
Sartre
Orfeo
Negro
En
Antología de la nueva poesía negra y malgache en lengua francesa de Léopold
Sédar Senghor.
Traducción
y notas de Martha Asunción Alonso
Ultramarinos
editorial
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