El paisaje
que hoy observamos en las televisiones, te digo,
parece
recién diseñado por los mejores creadores de videojuegos de
guerra.
El
fuego de los neumáticos,
enfurecido
por titulares de prensa que nos hablan de terrorismo y trai-
ción.
La democracia
que no levanta ya ninguna pasión entre los jóvenes.
Interferencias
en los satélites de telecomunicaciones que acuden a
nuestra
mirada como las piedras a los escaparates de las boutiques.
Nuestro
amor
que
corre el peligro de adquirir la textura hiperrealista de un pésimo
telefilm
de sobremesa.
¿Cómo
enseñar, entonces, el holocausto
si
existe en todo acto de violencia un falso alivio de superioridad?
¿Cómo
aceptar la corrupción como algo corriente que ensucia la hon-
dura de
los días?
¿Y cómo
hablar de amor a mis alumnos
si en
torno a la catástrofe gira toda la construcción de la realidad?
Igual que
si estuviéramos siendo atacados por virus procedentes de
páginas
web no seguras, el ruido distorsiona las imágenes de nuestras
vidas.
La visión
más hermosa que hemos tenido en el día de hoy ha sido la
de un
hombre solo llorando en el interior de su coche.
Sonreímos
como aquellos que presienten que han despedirse de
todo lo
que aman.
Tememos
desaparecer diluidos entre las perturbaciones que en nues-
tra
mente provocan los programas de telerrealidad.
Hay
miedo en cada una de las decisiones que tomamos.
La
noche se ha vuelto densa igual que la superficie de las pantallas
apagadas
de un gran centro comercial.
Del
pavimento, se evapora un silencio parecido al vacío que atrapa a
una
civilización después de presagiar su futuro.
Un
coche de policía patrulla por los recovecos más oscuros de los par-
ques.
Las
ondas de los radioaficionados se mantienen vigilantes ante cual-
quier
imperfección humana que altere la convivencia.
El amor
parece empequeñecer en esta idea de mundo global.
Cierra
los ojos
y una
multitud dentro de mi cabeza dice constantemente tu nombre.
Nadie
desea estar a solas consigo mismo por miedo a no poder sopor-
tar la
ansiedad que se despliega sobre las horas.
No soy
capaz de afrontar la incertidumbre que me abraza en esta era
preapocalíptica.
Mi
felicidad no sólo depende de mí.
Hablo
tanto del amor porque tu compañía hace de este mundo aún un
lugar
hermoso.
Rodrigo
Garrido Paniagua
El amor
en la era del big data
Editorial
Difácil
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