III
DESCIENDO HASTA TU CUERPO
Y ME OSCUREZCO
*
Desciendo
hasta tu cuerpo y me oscurezco. Me pierdo en tu penumbra, en la apretada maraña
de tu boca.
Han desaparecido las huellas de enfermeras y
antílopes, de pasajeros sombríos en el atardecer del metro. Los flamboyanes son
promesas rojizas que nada quieren saber de la ciudad. Gotea, sobre los túneles
también sombríos, la perlada e infame desmesura del sudor. La grasa de los
motores recalienta la tarde hasta asfixiarla.
Entonces, agotado ya el día, entro en ti
como en una cueva fresca y sibilante. Atrás quedan las horas insulsas, los
platos de comida precocinada que se adhieren al plástico, los teléfonos que suenan
sin que nadie conteste. Atrás queda, al fin, la expoliación carnal de las
mañanas, fibra en la que los músculos se tensan hasta abrirse en puntitos de
sangre que no se ha dejado domesticar por completo.
Cuando entro en ti, todo se borra: palabras
que aprieto contra el paladar hasta volverlas de agua; archivos de memoria que
no encuentro; proteína que pierde su estructura en la embriaguez extrema del
calor.
Cuando entro en ti, la noche me posee.
El cuerpo pertenece a su placer.
María
Ángeles Pérez López
Incendio
mineral
Vaso
Roto poesía
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