LA NIEVE
DEL SILENCIO
Nunca sabremos cuántas veces sucede. Los
abusos de poder son siempre difíciles de denunciar; por definición la víctima
ocupa una posición vulnerable frente al agresor. Y a menudo la única prueba que
ella tiene, en esas circunstancias, es la palabra propia. Para evitar el escándalo,
las averiguaciones y la necesidad de desnudar de nuevo los recuerdos, muchas
prefieren ocultarlo. Y así la nieve del silencio fabrica paisajes blancos, en
apariencia limpios, escondiendo las zonas fangosas.
Relata la leyenda griega que la jovencísima
Casandra adivinaba el futuro en el templo troyano de Apolo. Desde su posición
de dominio, el dios quiso yacer con su sacerdotisa, y ella tuvo la osadía de
rechazarlo. El arrogante y poderoso Apolo, poco acostumbrado a las negativas,
la maldijo escupiéndola en la boca. «Nadie creerá tus palabras», dijo a la
adivina. «Nunca más». El castigo se convirtió en una fuente de constante dolor
y frustración para Casandra. Cuando contó su historia, sus propios padres la
acusaron de loca y la mantuvieron encerrada en casa. Mientras el dios siguió
recibiendo culto en los altares. La maldición de Apolo, gravitando sobre tantas
Casandras a través de los siglos, ha impedido conocer las verdaderas
dimensiones del daño. Porque este delito tiende a quedar oculto bajo un alud de
silencios: aquí hay que creer para ver.
CASANDRA
DESAFÍA A APOLO
Y
ahora, ¿cómo llegarás a mí?
¿De qué
manera intentarás hundirme
el
aguijón amargo de silencio?
¿Dónde
está tu trono enmohecido?
¿Qué
verbo
me
niegas?
El ayer
se oxida, irrevocable,
tensado
sobre un péndulo de luz.
Ya no
deshaces
cada
huella mía que intentaba rozar
las fronteras
de tu juramente.
«Nunca
más», dijiste, y hoy le arranco las raíces
a ese
vértigo,
desclavo
de mi voz las palabras mordidas,
el
pavor antiguo,
la extenuación
de lo callado.
Ven y
escúpeme, si quieres, en la mitad exacta de mi rebeldía.
¿Por
qué tiembla tu alarido, se deshoja, se arranca la mirada?
¿Qué
orines te devoran, poderoso?
El día
está por hacerse
en mi
palabra.
Irene
Vallejo & Inés Ramón
La
mañana descalza
Olifante
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