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miércoles, 9 de junio de 2021

LINDERA UN POEMA DE LA LLAMA DE LA POESÍA QUEMARSE DE FRANCISCO GARAMONA

 

 

 

 

Lindera

 

 

 

Mario adorábate en la calle,

repeliendo a mil perfumes.

Te seguía con la vista,

reflejada en las vidrieras

y en un negocio de ropa

te detuviste a mirar

el precio de una campera

con volados que hacían juego

con sus botones dorados

y flecos que daban miedo

(qué tremendo el gusto tuyo).

Una chica soltera y trabajadora

duerme en una cama estrecha

que al despertarse cansada

le cuesta volver a armar.

Cuelga del cielo raso

una lámpara de hilo

a la que una corriente de aire

hace parpadear un poco

y el cuarto se queda a oscuras

unos dos o tres segundos

y si ella chupa un cigarro

su desnudes resplandece…

Mario repartía volantes

para una rotisería,

los tiraba por debajo

de las puertas de las casas.

Era amigo del muchacho

que preparaba los pollos al espiedo,

se conocían del barrio.

Para llegar hasta el centro,

temprano por la mañana,

antes de tomar el tren,

en la barranca con pasto

se ponían a fumar

yerba seca con semillas,

ramas y hojas bien prensadas,

el Paraguay aportaba

la que costaba barata

y aunque pegaba poco,

ellos contentos igual.

Temperley era un sol

de duros rayos pregnantes.

Al borde de la estación

estaba lleno de árboles.

Mario apoyó su pecho a un tronco

que un poste de luz sería

dentro de 12000 años.

(En estos versos el tiempo

dura más de lo normal).

“Un criadero de pollos

es un trabajo de mierda”

le decía Mario a su amigo

mientras el humo pasaba

de su boca a los pulmones.

La cantata del desgano

siempre está por comenzar.

Giran y giran los fierros,

de la máquina de espiedo,

a esta hora no hay comida

para pensar en comprar.

Con olor o sin olor,

los fierros son fierros siempre

y en la tierra hay un gusano

que roe sin parar un hueso

que bien puede ser de pollo

aunque también de algún niño.

Un helado derretido

sigue siendo el mismo helado

que venden en todas partes.

Hay que olvidarse de uno

para ser parte del otro,

dijo Mario, pero nadie lo escuchó.

En la llanura infinita

ambos sexos desbordaban.

¡Cuanta gente que anda sola!

La ciudad es una cruz

y el amor una bandera

a la que hay que desenrollar.

—Bancá los trapos, careta!

A ella la echaron del trabajo

por reducción de personal.

Es triste la Argentina, amiga.

Mario no la vería más.

 

 

 

Francisco Garamona

La llama de la poesía quemarse

 

Ediciones Liliputienses


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