DOMÉSTICA
VIOLENCIA
Interpreta
mi piel paleográfica
y el
manso resplandor de virgen fluorescente
que
acataba las reglas del peligro en la noche,
cuando
las manos pulpo reptaban por el sueño
de un
pecho sin custodia, por mi cuerpo piragua:
nueve
años, crucifijo de colegio, año nueve,
montón
de epifanía y más boscaje,
escamas
de niñez y purulencia.
Amor,
piensa de qué candela vengo huyendo,
cuando
esas manos lepra roturaban
mi
carne de barbecho para feraz cultivo,
como
lombriz gigante, como abisal escualo,
como
pirata en aguas del Caribe,
su
garfio dibujando el miedo en jeroglífico.
Por si
esto era el susto, lo más callado grita:
la
vagina criatura se contrae retráctil
y los
senos se abstraen del asunto,
tararean
canciones pop y un mantra:
no está
pasando, escuela, mi futuro;
los
labios en repliegue emigran, mudos tiemblan;
y el corazón
se anida, hiberna, empequeñece.
Y así
estatua yacente, los ojos muy cerrados,
mi cuerpo
abierto al pairo, guarida de las fauces,
mi
silencio estallido del silencio;
mi
secreto bengala chispeando negrura,
mía
entonces ternura de aprendiz basilisco.
Niña
que no sabía de los climas,
pero
ardía de fiebre, glaciar del Cuaternario,
porque
infierno es sentir cómo quema el deshielo
del
gran gusano entre las piernas
en
punto de rocío, su humedad relativa
y la
presión más alta que soporta la sangre
cuando
la preña el fango y el relente.
Niña
clamaba libros y no sexo.
Niña
soñaba playas y piscinas,
y no
miedo y no frío ya engarzándose
desde
las células a la epidermis.
Niña
amando al verdugo sin remedio.
Niña
que odiaba al monstruo de la ciénaga,
al
animal caín que embrida su caballo
y ya no
es un albergue familiar que la salva
ni ese
amigo que alienta travesuras.
Niña yo
y furia. Yo niña, eso es todo.
Porque
era de la casa: mi pan de mesa puesta,
confianza
de familia, verano en compañía,
cuando
nunca me olvido en el cuento del ogro.
Cuando
siempre me acuerdo, la madrugada mártir
se
resigna al destino de amanecer muy tarde.
Pero si
esto es la luz, la oscuridad se instala.
La
casa, nunca hogar: palacio estercolero,
reserva
natural de esos parientes jíbaros
que
reducen la infancia a corazón bonsái.
Isabel
Pérez Montalbán
Vikinga
Visor
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