ESTIGMA
Nunca
la vi llorar. A mi abuela.
Se le
salió la matriz por la vagina
y ella
se la curó con limón
porque
todo los trataba con limón. Y con saliva.
Barro,
humedad y fuego.
La
punta babeada de los pañuelos en el batín.
Las medias
de algodón. Agujeros en su falgris de abuela.
Y las
capas de tela desdibujada
tras
las que ocultar el calor enchufado a la trampa
que
colgaba del techo.
No
preguntar. No saber.
Metió
el pulgar en la tierra y lo sacó negro.
Barro
seco y disperso. Pedazos de ladrillos bajo las plantas.
Restos
pegados a las púas del tenedor.
Elevaba
el cuchillo por encima de los hombros.
Lo
bajaba y lo hundía en la madera.
Cortaba
las uñas a las niñas recién nacidas
para
que cantaran bien, como ella.
Voz de
ofrenda, voz de Pascua.
Conmigo
no lo hizo.
Yo era
de rodillas arañadas, picadura de avispa.
Huida
de insectos y huida de juegos.
Ser
orgánico que crecía. Mudaba y crecía
al
tanto de mi situación.
Con las
manos alrededor. Las cejas sobre las piernas.
O
cruzada de brazos
caminando
hacia el puente.
Botas
altas al borde de la presa.
Sin
admitir el abandono ni la pauta.
La
cólera de la herencia.
El
bálsamo del humo distante. La calidez y el resguardo
de la
casa. Carretera arriba.
La
incertidumbre y el temblor
si
nadie volvía a buscarme.
Las
burriagas del bocadillo. Las lágrimas tras el coche
que
arrancaba y desaparecía.
Tanta
traición. Tanta reverencia.
Sus
papeles con tersura de piedra, base en los cajones.
Paños
en cuadros quemados. Vasos sucios.
Perdió
un hijo y un marido.
Se
quedó ciega. Y la atamos a una silla
para
evitar que se tirara al suelo y reptara hasta su patio
lejos
de ancianos tendidos sobre las mesas,
unidos
por su calidad de ancianos.
Derribados
sobre falsos sofás.
Envueltos
en falsas mantas y en sonrisas postiza.
Con las
uñas crecidas y los labios prietos,
entre
voces conocidas que arropaban en tonos azules
y por
la mañana entregaban desayunos.
La
piel, cápsula gris, respondiendo al pliegue
de cada
dedo.
En
medio del orín y el desinfectante.
La niña
se llamará Julia.
¿No ves
la moto ahí fuera?
Siempre
quiso estar en su casa, mi abuela.
Y ahora
la van a vender por 30.000 euros.
Pilar
Adón
Las
órdenes
La
Bella Varsovia
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