¡Los hijos nos parecen tan llenos
de gracia!
Capaces como mi niña de llamar guarro
al que le regalaba un chupachups
si luego tiraba el papel al suelo
o aquella vez que un policía pasó al
trote
y al ver su pistola me preguntó:
“¿Ese señor llega tarde
a su trabajo de matar a alguien?”.
Es una forma de elogio
penar que les hemos parido
con todo ese ingenio dentro.
Queremos vernos como los vemos.
Señalamos al hijo y decimos esqueje.
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Mi hija es la mejor
mi hijo es el mejor.
Pecado que todas
hemos cometido
de pensamiento
palabra
u obra
sin plantearnos que sea
por el orgullo humillado
por inseguridad o arrogancia
por elevar los genes a un altar.
Pero un hijo no es un diploma
ni una condecoración.
Cuántos años nos llevará decir:
hija, te quiero tanto
que brillas hasta deslumbrarme.
Todo a tu lado queda a contraluz.
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Hijos, coged la flor de la pasión
en todas sus infinitas formas
hasta aquellas que llaman inútiles.
Pero mantened lejos esta idea:
vuestra felicidad es la constatación
de lo bueno de nuestro legado.
Las madres contienen trazas
de la voracidad del cazarrecompensas.
Ana Pérez Cañamares
Querida hija imperfecta
Ya lo dijo Casimiro Parker
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