Sé
de una mariposa que, hora tras hora, se endurece
para
fijar sus pies
sobre
una flor de alambre.
La he
visto
arrastrar
sobres con radiografía
perseguida
por remedios contra la calvicie.
Ya
sabréis de alguno de esos sobres,
cuarenta
kilos por uno noventa de estatura,
de la
mano de su madre.
Yo le oí
a ella decirle anoche:
¿Y qué
tal si nos vamos, tú y yo solos,
a las
estrellas del campo
y
terminamos con un chute a lo bestia?
Ah, la
ilusión del fin, cuarzo
en el
joyero ahumándose cuando el sobre respondió:
Ay no
mamá que la muerte duele tanto.
Y ahí
siguen en lo suyo, ras-ras, fémur contra fémur,
mordiéndome
las uñas yo por no terminar aquí,
con el
polvo de la tiza acribillada,
en jaula
de harina negra.
María
Ángeles Maeso
Trazado
de la periferia
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