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De acuerdo; las criadas que usen
nuestro perfume y vistan nuestra ropa serán
despedidas de inmediato, pero lo que nos
pasa, el centro mismo de lo que nos pasa, es justo
lo contrario de esa clase de arma
arrojadiza. Las tijeras
nos llevan gran ventaja divulgando
su modo contundente
de zanjar.
Nos disecaron mal: la mala taxidermia
nos permitió movernos en exceso e iluminar
ciudades con nuestros propios vatios. Nadie
nos lo pidió. El agua, en cambio, no logramos
copiarla.
Padecemos diásporas, símiles de diásporas;
padecemos también lo laborioso
de la empresa de hablar. Todo el esfuerzo
lo hacemos con la voz: avanzar, embestir,
empujar la negativa ajena,
ahuyentar los silencios. Lo mismo da
que miremos al frente o hacía un lado: hablar es
giratorio, la pena ante lo dicho por ejemplo esa
tarde
es también giratoria. De ahí que la voz persista y
module, y emita, y busque una
presencia. Y mientras, qué tenemos
para ofrecerle al otro sino un par
de temibles cuchillos
tan leves que ni
cortan.
Mercedes Cebrián – Población flotante
Ediciones Liliputienses
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