Reunión familiar. Del archivo de Pablo Müller
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Uno
Pablo Müller
no aprecia el primer día del mes de marzo,
— siempre rememora su tristeza — y cuando se acerca, vuelve a su casa, cierra la puerta,
baja las persianas, apaga las luces y se mete en la cama. Coloca sus
manos tapando los oídos, y engulle silencio, se atraca de un silencio que
desborda:
El uno de marzo es el día del sonido
dolor: sonido de ola de cristal rota, descarnados los oídos con su ira, se
encamina hasta el alma mordiéndola, con palabras sordas, palabras azadas,
palabras que cavan el olvido, y se instala en la congoja, perceptible en las
vísceras. El sonido de un inconsolable llanto, un grito que suplica finalice que
nos sea otorgada la sordera y descansar del dolor.
Pablo Müller adormecido por el
alcohol, desconectados los aparatos eléctricos, para que el silencio aniquile
la jornada, haga desaparecer todos los unos de marzo y con ellos la angustia
que agudiza sus oídos, la tristeza que roe su cabeza y el dolor estrépito en su
vientre y en su memoria.
Dos
Pablo Müller
no aprecia el primer día del mes de marzo,
mientras transcurre febrero el sabor del
café se hace ácido, después amargo que en la memoria de Pablo Müller guarda la
hiel a traición de los pescados.
Por el estómago de Pablo Müller
asciende un opaco sabor a saciedad, la instrucción precisa de que no ingiera
alimentos, que la tristeza ocupa sus vísceras de amarga sal, y si quedara
alguna duda, punzadas de dolor le atraviesan el vientre, amortajándolo para el
nauseabundo transitar de la pena.
En ocasiones, Pablo Müller, al
abandonar ese estado, descubre entre sus dientes, bajo la lengua, en su
garganta, rancias palabras atascadas, asco, salobres letanías que como oración,
expulsa al silencioso día uno de marzo, suplicando olvido dulce, perdón dulce,
duelo dulce, dolor dulcísimo de amor.
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