Playa de Azkorri, en septiembre de 2011 por Pablo Müller
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A Conchi
Hay una mujer bañándose en el ruido del agua del mar,
hay una mujer que salta la espuma blanca de sal,
sal de un gris de metal que brilla para el mar.
Hay una mujer con un cuerpo de delgada luz
y al fondo marchan los barcos con su mercancia de luz.
Hay una mujer hermosa bailando en la tarde de las playas,
cubierta con la arena de paz y el calor de los junios.
Hay una mujer a la espera de la ola y cuando llega,
la abraza, la surca, la toma, — es suya —
en sus senos el agua se remansa en leche,
sus negros cabellos son las manos del líquido,
y sus brazos contienen el océano de luz y tierra.
Hay una mujer que se hace diminuta en el mar
y el mar se hace hermoso, enorme con la mujer hermosa.
Hay una mujer hermosa que se hace enorme en el mar
y el mar se hace sumiso charco reverente y contenido.
Hay una mujer hermosa que dice mi nombre en el lenguaje de las aguas,
y el mar lo repite en la lengua de los barcos.
En la playa los diccionarios tienen las páginas de sol.
El mar sabe que los brazos de la mujer estrenan el gesto de las madres
y su ternura es el ensayo de las tardes.
Los barcos mercantes se alejan, dan la popa a la playa.
Salta la mujer hermosa sobre las olas
— un salto cada ocho segundos: el latido de un niño —
sobre una ola verde, una ola blanca, una ola gris,
una ola de plata y sol.
Al salir la mujer hermosa del mar el agua dice adiós,
ya no hay barcos: la raya del aire los esconde,
y las arenas la reciben con las manos de calor.
En la alta mar las brújulas cambian los puntos cardinales
por las piedras de colores, las nubes visten del color
de la lejanía a los marineros.
En la playa la mujer se acerca con los pasos de los líquidos,
sobre la arena los cabellos locos juegan a los remolinos
con los vientos,
una mano en el vientre anuncia la promesa de una caricia
de mar.
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