uno que cree en el canto canta su quehacer de canto
porque el canto, uno sabe, se cultiva
huerto de canto pasando tomates, lechugas, almácigos
los monjes, condenados, ―uno se lo cree cuando el padre dice
“tenes que plantar unos tomates y hacerte cargo
de que crezcan sanos”
no porque sea el lugar donde las almas crecen
no sobre el mundo ―como si el canto pudiera―
consciente de la ruina del mundo
un mundo que no tiene cabida para cualquier uno qué:
nada, la potencia, el porque sí, otro en su lugar
su trabajo de canto cuando el canto no trabaja
creación, no trabajo: antes que el trabajo imponga sus horas
de fábrica
cuando, eso importa, ni siquiera hay canto
hay quien canta ―un poema debe terminar― pero canto
lo que se dice canto, ese concentrado trascendente, aquí
no hay siquiera ―seguimiento menos―
en cuanto al lenguaje coloquial alternativo, no hay alternativa
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“tiempo del desecho que canta”, vuelvo a decir
¿adonde vuelvo?
el desecho canta, ¿canta el desecho?
el Mediterráneo canta
si no canta qué son esos sirios, esos
africanos esos Burkina Fasso
cigarrillos ondeando sobre una ola mínima
una especie de bebé que balsea sin cuno no va para Moisés
el mar, un magnífico vals, el océano, un horrendo
Eduardo, ese significante milán damilano
designa, me dijo Juan Carlos Plá
orfandad y abandono, me pregunto
son productos del significante que flota
¿flota el significante?, la orfandad materna aproxima
a Orfeo
el parteaguas de la cárcel paterna a qué aproxima
a la expulsión, al mar
allá abajo en los acantilados que mira el caminante alemán
después, mucho después que el canto había sido herido
por puro significante atrapado en el aire
Neruda dice “con mi cara de cárcel”
el que tenía cara de cárcel era mi padre preso que apareció
de cara en tv
su cara en tv, sal de mar, no es cualquier salí de ahí
―Neruda lo dice en Residencia en la tierra―
yo salí de allí porque yo estaba del otro lado de la cara
del lado que no se ve
de la orfandad no sé más que escribir sin para dónde
ni para qué
aunque parezca que sé
lo que rodea parece que sabe lo que un tordo en la rama
ni se entera
―arrojados en las pateras―
Eduardo Milán
Salido
Varasek ediciones
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