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martes, 6 de mayo de 2025

CADENA DE CUSTODIA, CURSOS A DISTANCIA Y EL CUARTO OSCURO TRES POEMAS KATY PARRA






CADENA DE CUSTODIA



Con muestras de la última comida,

nos retroalimentó, nos puso

a cuatro patas, en tela de juicio,

a base de Prozac,

desde que la saliva aprendió a maldecir

el hedor de las bolsas de basura

y a sellarlas con cinta americana.

Ese día

comenzó la crianza de Diógenes.

La patria potestad de los principios

retrocedió a su origen

entre virutas de lealtad

hacia un dios sordomudo, parecido

al amante que nos dejó morir de inanición;

un dios que nunca dijo nada, ni siquiera

su nombre.



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CURSOS A DISTANCIA



Podría no lo niego dispersar mi ignorancia

con clases de luminiscencia,

trashumancia, artes fónicas

o de física cuántica. Estudiar

los preámbulos de la entomología

con todos los gusanos y las larvas

que he ido acumulando en la nevera.

Podría comenzar

un doctorado en toxicología

y hacer cursos endémicos y cursos para avispas,

cursos para aprender sin previo abismo

las cosas importantes:

a dormir como sueñan los gatos

encima del ropero;

heredar su virtud para sacar matrícula

en el salto del tigre. Y regresar

al claustro sin rasguños.

Podría por instinto

investigar al fin con fines barbitúricos,

qué bondad necesita el cerebelo

para seguir a flote, encima de la cuerda sin caer

y aprobar el examen de la serenidad.

Por ejemplo,

aprender a morir con lo puesto, a vivir muchas veces.



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EL CUARTO OSCURO


He llegado por fin a lo que quería ser de mayor: un niño

Joseph Heller



Me enseñaron a ser escrupuloso,

así que hice las cosas

con premeditación y un par de guantes.

Me enseñaron a ser contemplativo,

retráctil. Me obligaron

a ser un pusilánime:

marioneta que sigue los tirones de la “normalidad”.

Como todos los hijos del error, desclavé culpa a culpa

las horas de la infancia

en aquel cuarto oscuro (una suite de juguetes averiados).

Después los años fueron mudando sus catástrofes.

Sus cloacas me abrieron las compuertas

como dos hemisferios opuestos de la luna.

En ese punto ardían los cuchillos y el ron.

Lo fui matando a ratos. El placer

me dolió como siempre: casi toda la noche.

Luego limpié el orín, la sangre,

el mandamiento cuarto y me acoplé al difunto. El nombre

no importaba. Aquel desconocido estaba allí

amándome a escondidas, confusamente muerto.

Después desholliné su rastro de la escena.

No hay crimen que no sepa huir de su difunto.

Llevo ya muchos años

deshaciendo el amor con tipos como él.

Todos se parecían a papá.




Katy Parra

Cadena de custodia


Ediciones Liliputienses


 

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