Balada sobre un perro que se despide
Un perro antes de morir miró el mar.
Se acostó en la orilla de la playa.
Contempló el vuelo de las aves
y se recordó corriendo,
extendiendo las patas
dentro del océano verde
de las praderas.
Un perro recordó los ratoncillos
muertos dentro de sus fauces.
Pidió perdón a la tierra
porque la inocencia
también puede ser peligrosa.
Un perro miró a la humana
que había acompañado
su vida.
Supo que se llevaría
esa parte del corazón
que le pertenecía.
Un perro puso el hocico
en la mano
que lo había guiado
a través de los senderos
y el asfalto.
Esa mano
que había curado su lomo
después de las peleas juveniles
en que se disputaba
ser el padre de una nueva estirpe.
Un perro miró un pozo de luz
que colindaba con el horizonte.
Su cuerpo volvió a responder.
Miró a su humana.
Acarició con fuerza su mano.
Quiso decir:
ya vengo
no me perderé.
Un perro absorbió con fuerza
el aroma de su ropa
para llevarla en su última marcha.
Un perro se levantó, en silencio dijo gracias.
Sabía que otros perros
no tenían la suerte de encontrar a alguien
como ella.
Un perro antes de desaparecer por el horizonte
miró por última vez a su humana.
Estaba triste
pero sabía que su corazón era noble.
Sabía que podía dar ese mismo amor
a otro perro que lo necesitara.
Un perro corrió por el pozo de luz
en busca de su última aventura.
Sara Montaño Escobar
Mi perro no lee mis poemas
Ediciones Liliputienses
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