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No
puedo seguir siendo un mero intruso
ni
quiero que el azar venga de paso
y rocíe el borde esta sábana ―doblez y territorio―
y me
obligue a creer que estoy despierto.
Hay
cierta extranjería que nos pudre
como un
sueño apenas esbozado
de
calles y de tiendas y de gente que saluda
al
hombre que una vez fue tu suplente.
Yo
paseo la vida con ojos de alquitrán y miro fuera
y me
encuentro cansado, en las terrazas llenas de colillas,
de pájaros
que vuelven a buscar en la basura
con un
pico de luz que han olvidado.
Yo
paseo canales y entro en zonas de sed y nicotina,
aprieto
las palabras como un perro que envuelve su certeza
mientras
huele un destino pertrechado para otro
como un
rastro de humo donde viese su futuro.
Incluso
a media voz, suena el silencio,
el
vacío de aquellos donde hablar no consiste en entenderse
y
camino sin rumbo, con el mismo rubor de quien no sabe
mirar
hacia otro lado, ver que todo lo dicho es invisible.
El olor
a carmín de esas mujeres, cansadas, medio vivas,
que se
acercan a mí como a un lisiado
y me
rozan la piel mientras escapan,
es el
mismo recelo de hace daños.
Por eso
está el fracaso en cada esquina,
colgado
en los alambres donde el frío avienta en las heridas
su
fulgor de nieve y, en la sangre,
reescribe
otra verdad para que todo vuelva a ser oscuro.
En paz
no puede estar quien se extravía,
quien,
enfermo, recuerda cada noche
que no
hay sombra capaz de devolverlo,
ilusión
que parezca estar más cerca.
No puedo
seguir siendo un hombre sano
tras
esta dentadura donde se pudre el verbo
y es
tan blanca la ausencia como el pecho que madre me ofrecía
y tan
sucia mi boca como un escaparate hacia la noche.
Para no
despertar, gravito solo,
acepta
este dolor que me acompaña lentísimo, exigente,
dichoso
por tener a quien mecer
como un
huérfano besa un relicario.
Allá
lejos aún siguen, intactos los recuerdos
cuya
imagen es todo cuanto puedo saldar desde mi cama
como un
bálsamo más para mostrarme el hueco de salida.
La
justa certidumbre es esa ave que ahora sobrevuela este tejado
y es
capaz de callar a las tormentas con su plumaje sucio.
El
cielo es certidumbre y su crujir volcado hacia la tierra,
el
dolor de hoy que me reclama, vivo como ayer, y me retuerce.
María Alcantarilla
Introducción
al limite
Editorial Vandalia
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