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lunes, 9 de octubre de 2023

DEFENSA DE LA POESÍA DE RODOLFO ALONSO

 


 

 

 

En comunión

 

 

 

Al reivindicar hace algún tiempo, en forma pública, la resistida mexicanidad de ese tocante escritor que fue el cripto-británico D.H. Lawrence, aprovechó Octavio Paz para manifestar que coincidía con el autor de Fénix y La Serpiente Emplumada en que él también esperaba que la poesía comunión antes de comunicación.

   Aunque debo confesar que yo mismo me inclino –en este asunto al menos- por la opinión de Paz, no puedo dejar de reconocer igualmente que (como en tantas otras cosas) lo importante no es lo que se piensa sino lo que se hace con ello. De suficientes presupuestos brillantes hemos visto nacer tantas obras mediocres o anodinas como para no reconocer que, también y hasta muy especialmente en estos temas, la única evidencia posible está en las obras, en los textos donde han de encarnarse a la vez, cuando se logran como tales, verdad y belleza, sonido y sentido (en el aprecio de cuya prolongada oscilación, como destino del poema, ya vimos que un esteta como Valéry vino a ser inesperadamente ratificado, tiempo después, por un científico tan agudo como el lingüista Noam Chomsky).

 

 

 

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Una lengua no es inerte

 

 

 

Siempre sospeché que toda generalización se vuelve peligrosa, si es que no riesgosa. Pero fue uno de los más indelebles poetas norteamericanos contemporáneos, Wallace Stevens, quien se animó a precisar con felicidad alguna vez, en sus provechosos Adagia, que «La poesía es la alegría –la dicha- del lenguaje». ¿Olvidaba acaso que el mismísimo Dante, ¡y en su Comedia!, había aludido a ella con toda claridad como «la gloria de la lengua» o, más bien, acaso intentaba (quizás inconscientemente) una aproximación de aquella límpida sentencia a los inciertos, agobiantes pero ojalá también preñados tiempos de nuestros días?

 

   La poesía, lo sabíamos, nunca encontrará –por suerte- una definición cabal, exhaustiva. Pero también sabíamos, desde Hegel, con Hegel, «que tiene por materia la palabra». Lo que implica en absoluto afirmar que utiliza, meramente, al lenguaje como instrumento, y mucho menos como materia inerte (una lengua realmente viva nunca será inerte) sobre la cual operar como el escultor sobre el mármol o el pintor sobre el color que extiende en una tela. El lenguaje humano es ineludiblemente ambiguo, y es precisamente de esa tara que es su incapacidad casi congénita de comunicación precisa, efectiva, de la ual me parece que hace la poesía su cantera.

 

   Se vuelve imposible, entonces, enfrentarse a un libro de poemas como a un catálogo o a un prospecto. «El poeta, cuando habla de una cosa, es la cosa», recuerdo que me dijo, hace mucho tiempo, en una de nuestras primeras entrevistas, el inefable Juan L. Ortiz. Y lo que un lector puede recibir de algún poema, logro del lenguaje, ser soberano y autónomo de lenguaje cuando se logra, no siempre ocurre en la misma dirección que imaginó su autor.

 

 

 

Rodolfo Alonso

Defensa de la Poesía

 

Ediciones El Gallo de Oro


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