Recuerdas
las ciudades,
algunos
cuerpos, lacios con el alba,
desiertas
carreteras, frases sueltas
en
medio de la noche y del espanto,
verdades
como puños al calor del vértigo:
narcosis
que anulaba los caminos. Telarañas
de
fiebre hilvanan tu pasado a sangre
fría.
No viaja la piedad en la memoria ni yugula
la
tarde sin fronteras tu nostalgia.
En vano
conquistarte nuevos cuerpos, nuevas residencias
de
paso, falsedad a falsedad, palabras
obvias
y direcciones neutras («admitimos cheques
o
tarjetas»). Al cabo de los rostros y los días nada
edificaste,
excepto sombras y distancias. Vadeabas
sonámbulo
la piel, el río de los muertos, femeninas
orillas,
sin parar jamás, gasolineras
al borde
del hastío, cruces sin salida, volver
atrás,
volver atrás… cuando el regreso es imposible.
Hipnosis
de los páramos, recuerdas los trigales
en
flor, raquíticos, despeinados al cierzo. Nadie
cosechará
tus sentimientos, nadie. Primavera
en
zanja, la tristeza de los olmos, luto
los
grajos en sus ramas. Recuerdas
las
llanuras, sudarios de niebla
en los
barrancos, bosques al amanecer
ceniza
de las horas tumba, un tedio de canciones
dedicadas.
De tarde en tarde su sonrisa
y sin
embargo no podías ya
retroceder,
su boca estaba zurcida para ti…
y
recuerdas el mar, llamándote.
―――――――――――
De
fango son los huesos,
de
coral las retinas. Dormidos
los
pulmones, acaso asfixia. Branquias.
O branquias como esquifes ―un desmayo
de sed, un hilo del prodigio― o sólo barro,
nada ―litoral
del Caído―.
Paraíso
o infierno.
Estás
en la otra orilla, definitivamente
en
vela. Si extirparas la memoria
verías
lo que nunca entendiste.
―――――――――――
Recuerdas
cuando aún vivías, antes
de tu
primera muerte. El tiempo elástico
jugaba
en las praderas de la infancia, los hombres
en las
eras trillaban la miseria
y el trigo. Cuando ―bien o recuerdas―
en
noches que los grillos orquestaron
la vida
confiscaba los relojes. Más
allá de
la conciencia y el dolor dormías
con
estrellas, luciérnagas, en el fondo
del
mar, a pleno día. No
existía
el salario, ni el pecado. Después
vinieron
el asfalto, los libros… Las palabras
perdieron
la inocencia y el verbo se hizo
carne
de mujer. A tu cuerpo se unieron otros
cuerpos,
siempre hacia el fraude, siempre hacia
el
olvido. Recuerdas en los parques, bajo la luz
cansada,
inviernos con pereza.
Salías
a las calles a perderte (o quizá para
amar
entre paréntesis, íntimamente, el frío
de la
helada en los versos
de
Jaime Gil de Biedma). Eran
mañanas
parsimonia, en los bancos
al sol
resucitaban los mendigos, mientras
leías,
en el nombre de tu pupitre
con
falta, la lección sin horario de la vida.
Recuerdas
cuando aún vivías, antes
de
amontonar tus muertos, antes.
―――――――――――
Al sol
desnudo. Barco
en
playa virgen. Musgo y vientre
de los
bosques nombrado
por las
olas. La luz aquí no quema, congrega,
sacia
el hambre, la sed mitiga. Bebe
las
horas. Nunca zarpa.
Conjunción
sin perfiles. Un silencio
salobre
difumina siluetas,
contornos
trenza, usurpa escollos. Unifica.
En el
cerebro abierta
la
espesura, a cercén, los sentidos
al
pairo. Inmensidad. La noche
acecha.
Mar en calma constelando clepsidras
y
gavias. Todo pausa.
Fermín
Herrero
Inmediaciones
Fundación Jorge Guillen – Universidad de Valladolid
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