ELEGÍA DOBLE
Cuando
estuve al lado de mis padres, en sus muertes,
en sus
últimas horas, en ambas ocasiones,
mi
espíritu contuvo el aliento. Estábamos ahí donde
yo no
sabía dónde estábamos, como si nuestra
materia
fuera espacio, cerca de los límites de su pasaje a
la
nada: había planetas prosaicos
que
pasaban en silencio, y lunas
luminosas,
dándonos la espalda, y canales donde
los
átomos se daban la vuelta. Yo estaba allí para
vigilarlos
según cambiaban, mi espíritu
estaba
a su servicio, pero mis ojos… Mis ojos
los
sostenían como los jamones y patatas
enlatadas
ante el altar de Acción de Gracias, para ser
bendecidos;
mis ojos
estaban enamorados de las temidas casa
de sus
cabezas y rostros, los escondrijos,
las
yurtas, los iglús traslúcidos de la vida nómada
de un
niño,
pero
también mis ojos los estaban viendo morir.
Habían estado
allí, trabajando en la oscuridad, cuando
nací, y
allí cuando mi cabecita, con la sangre de mi
madre,
se asomó por primera vez, y luego salió,
y ahora
yo estaba allí cuando ellos se iban,
según
el orden clásico, el progenitor antes
que los
vástagos. Y cuando murieron, mis ojos,
como un
brillo de fieras desde los márgenes
de un
claro, los vieron muertos, los vieron a uno
transformarse
en una blanca orquídea y al otro
en una
verde, y luego, uno en un lago
amarillo
y el otro en un mar seco y
dorado,
y por fin en una nube con la forma de una
calavera,
y en una nube con la forma
de un
canal pélvico,
los vi
transformarse en cosas que habían querido
en su
lugar, cosas en las que había almacenado
su
imaginario amor hacia mí.
Sharon
Olds
Arias
Traducción
de Andrés Catalán
Valparaíso
Ediciones
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