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miércoles, 3 de agosto de 2022

EL ENIGMA DE EDIPO Y UN CUENTO AZUL DE HONOR DE LOS VENCIDOS ANTOLOGÍA DE LUIS ANTONIO DE VILLENA

 

 

 

 

EL ENIGMA DE EDIPO

 

 

 

Alguna vez (era seguro) íbamos a encontrarnos

frente a frente. Porque en aquella noche solitaria

yo lloraba al recordar tu imagen. Porque en ti

me aparece la vida sin peligro, y el amor

que te tengo —como el más verdadero— nunca puede

nombrarse.

Es muy cierto también que otras veces quisiera

haberte perdido por completo, o sentirte, al menos,

bondadosa y lejana. Pero tú sabes cuánto te necesito

y que nos sueño juntos, cual aves extravagantes

en salones de lujo. Eran (me acuerdo) los viajes

compartidos,

frustrados y dulces nuevamente, como un antiguo amor.

No sé cómo nombrarte. Y si amo las formas, la belleza,

tal vez sea porque tú me obstruyes cualquier otra

pasión.

Eres el fondo, el humus de la tierra, la patria

original que supera tus manos, un légamo caliente,

sima de la materia sensitiva. Y sin embargo

yo quisiera, con ello, tus ojos para siempre, el sonar de

tu voz

tan definido, los nombres que me dices cuanto tu sed

delira, y tu inmensa ternura, tu cariño profundo como

el fuego, mientras tiento tus uñas y tu pelo, y te sé tú:

Maravillo ser, exactamente, cuyos brazos me abrazan

y me cuidan.

 

 

 

UN CUENTO EN AZUL

 

 

 

Seguramente estaba sola.

Llevaba los ojos muy cercados de negro.

Era mayor, vieja, con ropas gastadas.

Por la noche —más aún en invierno—

se acercaba a los jardines del convento o del parque

con su bolsa de plástico

llena de despojos para gatos.

Junto a las verjas, entre las plantas, por las aceras nocturnas,

la vieja dama de los ojos negros,

más sola que el más solo de la tierra,

buscaba a los gatos.

Bonito ve. Ven, mi rey. Para ti también, mimosa.

Toma, linda. Ay, qué bueno, tesoro…

y los gatos callejeros, los gatos atigrados del jardín,

la iban rodeando zalameros, altivos, dulces,

formando una Piedad extraña

de una madre y sus hijos, en el fin de los tiempos.

Mira a la gatera (oí decir otra noche

a unos que pasaban) vaya vieja loca…

Pero la vieja dama de los ojos negros,

con su bolsita de plástico y despojos,

ya no oía. Nunca oía. Porque el mundo

—desde hacía mucho tiempo—

no era afortunadamente real para ella.

Por ello no nos sorprendió saber

que una noche de aquellas,

un hermoso muchacho con uniforme azul

se acercase a la dama y le dijese:

Soy el Rey de los Gatos, madame.

Y se cruzaron sus miradas.

Y el muchacho de los ojos gatunos la besó en la boca.

Los gatos se restregaban en sus piernas.

Y tomó de la mano a la dama.

Y se fueron hacia un mundo perfecto,

un maravilloso mundo de luz

que un benévolo dios creó para las viejas locas,

donde los gatos son chicos

y los chicos son gatos

que tienen siete almas, y no envejecen nunca,

como quiso aquel Rey

del Día Primero del Antiguo Mundo Bien Hecho.

 

 

 

Luis Antonio de Villena

Honor de los vencidos

Antología (1972-2006)

 

Selección y prólogo de Martín Rodríguez Gaona

 

Fondo de Cultura Económica


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