VI
Llueve
y no es octubre ni es otoño
ni
estoy temblando como las gotas en el cristal de la ventana.
La
incontinencia de mis manos y la orina infecta
y el
caos del papel higiénico hecho trizas
parecen
llenarlo todo.
Los
hombres insaciables dejaban el territorio marcado,
las
huellas de su paso por el mundo
con un
par de charcos diminutos de semen
sobre
el gris del gres y en mi vientre.
Tal vez
resbalé, caí al suelo.
Llueve
y recuerdo que me ahogaba cuando supe que llegaba el agua,
y
entonces temblé-
sí,
temblé,
me dejé
llevar por la impertinencia,
por el
vandalismo infantil no remunerado,
por los
gritos del amante que atormentaba mis sueños diurnos
y bebí
unas copas para olvidar.
Llueve
la lluvia afuera, pero aquí llueve mi orina ensangrentada,
contagiada
de no se sabe qué bicho inmundo, invisible,
tan
sólo una fuente de infección en mí, que ahora tiemblo de pensar
como
temblé cuando se marchó,
cerró
de un portazo el ascensor sin apenas ademán de darme un beso
y yo me
quedé desnuda,
envuelta
en un albornoz más diminuto todavía
con la
esperanza cubierta de mojo,
con el
sueño cambiado y sin cariño, ni deseo,
ni
atención a mis pechos vibrantes
que
albergan el ahogo. Vacíos senos de ti.
Tan
sólo fue un presagio más de los días de tormenta.
Llueve
desde entonces otra agua,
la
orina contenida llueve también, como la lluvia,
y asomo
mi cabeza por el retrete para ver su color,
medir
el grado de mi enfermedad
retirando
el albornoz que aquella tarde
ni
siquiera te abrió el apetito.
Yo,
cuando tengo hambre,
tiemblo.
Almudena
Vidorreta
Algunos
hombres insaciables
Editorial
de la Universidad de Lleida
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