Todo
lo que construimos y exige la tarea de unir piezas, hacer que encajen unas con
otras sin que sobre ni falte ninguna, nos habla de cómo cedemos a la certeza de
que todo está milimétricamente calculado; ejemplifica también nuestra necesidad
de imponer orden y poner –cómo no- a prueba nuestra paciencia, sin olvidar que
es una forma de testar nuestra pericia y nuestras capacidades. Construir es la
tarea a la que está abocado el ser humano.
Cuando
entré en el fascinante mundo de Legolan,
el último libro de Pablo Müller publicado por La Única Puerta a la Izquierda, ya estaba al día de la anécdota –más
bien el contexto- que impulsó su escritura. Pensé: “Bien, estoy a punto de entrar
en un parque temático dedicado a esos cacharros de los mil demonios que nunca
he sido capaz de construir”. El hecho de que las piezas fueran palabras me
tranquilizaba bastante, confieso, y la curiosidad que me producía el tema
también era una herramienta eficaz para llevar a cabo, más tarde, la tarea de
prologar este libro, siendo consciente de que un prólogo para una construcción
tan milimétrica como Legolan puede
ser tan inútil como ese prospecto de instrucciones que ha sido traducido a
todos los idiomas excepto al tuyo.
Nada
más arrancar la lectura con el poema introductorio –podría decir, también,
premonitorio- ya supe que no solo disfrutaría de la lectura, sino que ya era
parte de esa fila larga: soviética/
guardando/ con mucho cuidado/ la preceptiva distancia entre nosotros, que
aguardaba en silencio la apertura de puertas, un día más, del parque temático
danés. Qué bien hace de puerta de
entrada el poema inicial para advertir que la propuesta está muy lejos de ser un
paseo turístico por el país de los sueños de lego donde los objetos, las cosas,
los paisajes están hechos en su mayor parte de líneas rectas, inofensivas. No
nos engañemos, lo del parque temático podría ser una metáfora, una excusa, un
cebo, entiéndase cebo en sentido
poético, no literal. Pero Legolan es
en este libro algo más que un parque temático donde el autor aprovecha los
tiempos muertos para tomar notas con su minúsculo lapicero en los márgenes de
un libro de la poeta Mary Jo Bang [un
hombre toma notas/ que escribe en los márgenes/ de un libro de Mary Jo Bang].
La poeta estadounidense también es una pieza fundamental de este puzle
tridimensional y las notas del autor son las piezas sustanciales de esta
construcción poética en un ejercicio de metaliteratura que me hace preguntarme
si acaso los márgenes de otros libros –no de cualquier libro sino de los libros
que nos cambian, que nos conforman- no son en realidad la piedra fundacional de
nuestra futura escritura. Legolan, decía, es algo más en este libro, es
una visión a escala del mundo. Es el mundo dentro de otro mundo. Y es un mundo
donde buscamos las piezas que necesitamos con la inocencia de quien piensa que hay
algo que depende de uno cuando lo cierto es que el paisaje, el resultado ya
está trazado. Pero es más fácil hablar del mundo cuando podemos acotar un
mundo, cuando podemos reducirlo a una escala que nos permita creer que algo
depende de nosotros, que podemos cambiarlo. Lego, no lo olvidemos, es un universo
que apela a la fantasía y que nos invita a su vez a ser parte fundamental de su
creación o tal vez sería más acertado decir, de su puesta en escena.
No
quiero utilizar la palabra utopía para referirme a Legolan, el libro de Pablo Müller se acerca mucho más a una
distopía donde el presente ya nos habla del futuro, es decir, donde ya hemos
alcanzado un futuro que se aleja mucho del ideal.
Cuando
uno entra en un parque temático no quiere que le destripen los detalles de las
atracciones y espectáculos a los que va a asistir. El cuerpo se nos pone en
modo: “sorpréndeme”. Desde que terminé la lectura de Legolan y tomé mis primeras notas para elaborar este prólogo, ya
decidí que iba a tratar –en la medida de lo posible- no desgranar aquí más
versos que los estrictamente necesarios. Solo adelanto que en Legolan hay construcciones de todo tipo
(no para todas las edades ni para todas las sensibilidades, advierto) que
provocan una multitud de emociones que van desde la angustia al miedo, pasando
por la autoafirmación, la negación, la estupefacción, la ternura y la ironía.
Un mundo a escala construido donde las piezas no son –como pensé al principio-
las palabras, sino esa unidad menor que conforma las palabras: las sílabas. En
la escritura de Pablo Müller, tan milimétrica, tan exacta, todo es tan esencial
que las palabras cuentan por sílabas y las sílabas por letras. Cada letra
cuenta, igual que cada pieza cuenta en un lego, incluso la más pequeña, la que
parece más insignificante.
Legoland pasa
por todo el espectro formal: poemas convencionales, poemas en prosa, poesía
narrativa, haciendo que nunca caiga el lector en un sopor formal que podría por
otra parte tener cierta lógica en un libro temático. Una de las cuestiones que
más me interesa de la poética de Pablo Müller, y que una vez más está presente
en este libro, es la forma en que emplea lo temático, tantas veces rémora y
lastre para lo poético pero herramienta que usada con tino –como es el caso-
hace que la propuesta poético-temática conforme un todo, pase a ser parte de la
materia prima de la obra. En El cuaderno
de las tareas extraordinarias (A Fortiori) y en Pan y hierro (4 de Agosto), dos obras anteriores a la que nos
ocupa, ya hacía uso del recurso temático para imprimir unidad a la propuesta.
Pablo Müller lo hace pero lo hace bien, sin caer en la reiteración, en la
monotonía, consiguiendo con su pericia una suerte de escritura que avanza por
estratos, no de forma circular o lineal sino colocando capas, unas sobre otras,
de diferentes texturas e intensidades. Lo ha conseguido extraordinariamente en Legolan donde, por la propia idea y
concepción del libro, se hacía necesaria la presencia de piezas-poemas de
distintos colores, de diferentes formas, de tamaños variados para que el
conjunto final, el resultado, fuera la obra incontestable que es y para que la
sensación final sea la de haber asistido a un ejercicio disruptivo de un
imaginario a escala que refleja perfectamente, en toda su dimensión y tamaño,
una realidad que la poesía de Müller hace aprehensible, cercana, llena de
aristas. No deja Legolan una
sensación de haber asistido a la construcción de algo sino a una deconstrucción
“hecha” al detalle, pieza por pieza. Ayuda a ello la multitud de referencias
literarias: la mencionada Bang, César Vallejo, Jesús Aguado, Anghel, Deleuze,
entre otros, sin olvidar el canto que como un estribillo atraviesa el libro,
primero como un leve arañazo para ir ganando en hondura e intensidad hasta
convertirse en un tajo profundo, en una suma de voces polifónicas. Todo ello se
integra de forma natural, orgánica conformando un todo que hace que la
propuesta de Pablo Müller se aleje de la superficie, calando hasta los huesos,
con la asunción de un riesgo que marca en la lectura un inquietante crescendo. Por eso es imposible salir de Legolan siendo el mismo que antes de
internarse en este mundo a escala que habla del mundo.
Introducción
a Legolan, de Pablo Müller
Itziar Mínguez Arnáiz
Agosto,
2020
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