DE
acuerdo.
Os
acepto que demostréis
con
ecuaciones y múltiples algoritmos
que me
queda tanta vida por delante
como la
que he dejado atrás.
Pero
reconoced conmigo cuán diferente es.
Ahora todo
es cuesta y silencio.
Atrás
quedaron amapolas,
grillos
y mariposas,
risas
de colegiales,
besos
nuevos de amantes ocres,
besos
ocres de amantes nuevos,
lecciones
y errores,
poemas
y verdades.
Ahora
se me cansa la vista
y las
estrellas no titilan,
nadie
va abriéndose camino,
es gris
y pedregoso el tránsito,
y no
hay música que acompañe
la
fiesta en una esquina del alma.
Los
colores se van desnudando,
desmenuzándose
las ausencias,
te dan
la mano para que no te tuerzas.
Lo que
era novedad, ahora desgana.
Lo que
en ti latía, se amortaja.
Anochece
antes. Se acortan los días.
No hay
orquestas ni guías
(Aunque,
si mirara atrás,
sé que
me acompañarías
a una
corta y prudente distancia).
No se
hable más: dejémonos gozar
por
estas sencillas alegrías
del pan
que me das, de sus garantías.
Ya no
hay atascos que nos confundan.
Todo es
vértigo y aguacero.
Las
dudas que anoche te persiguieron en sueños
se
convierten al despertar en certezas.
Nubla
tu gesto el porvenir.
Llevar
contigo el álbum de fotos
que
salvaste de sucesivos incendios.
Todo lo
que te resta es sorpresa.
Todo lo
que sueñas, pasado.
Mires
hacia donde mires,
permaneces
en el mismo laberinto
por el
que siempre has divagado.
Y una
pregunta comienza
a obsesionarte
mientras avanzas:
si este
sendero en cima concluyera,
¿qué se
verá desde lo alto de ella?
¿Cómo
harás para descender después
por la
cara sur de la ladera?
Y lo
más importante de todo;
si vas
en continuo ascenso,
¿por
qué cada vez hay menos sol?
¿Por
qué se enfrían más rápido las memorias?
Ángel
Manuel Gómez Espada
Ventana
de emergencias
Huerga
& Fierro editores
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