Nostalgiar
Plataneros
meciendo el corazón,
duendecillos
de mimbre en las estufas
y el
abuelo, que vuelve de la mina,
con pan
de pajarines y meruéndanos rojos
(rojos
eran tus labios cuando pescabas nubes,
de
niño, por las Veigas)
Nostalgiar.
Crepitar
de mazorcas en el horno.
Otoño
en cucuruchos de papel.
Esta
niña no sabe el padrenuestro,
ni la
tabla del cinco,
ni
estar sola.
El príncipe
soltero del desván invisible.
Manchas
chinas de aceite sobre papel de estraza.
Nostalgiar.
Quiero,
abuela, hojaldres y una gripe,
cachorros
callejeros a los pies de mi cama:
volver,
lavarme el corazón con manzanilla.
Esta
niña no sabe estar con nadie,
salirse
de los cuadros del salón,
dibujar
un sombrero… Ni una boa.
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Emaús
Pierre
Lecoq, en la esquina de la Grand Place con Saint-Vaast, vende los mejores
cruasanes de Béthune. Yo estaba en la lavandería mirando los tambores de
aquellas secadoras cuando un mendigo abrió la puerta y me llegó el aroma dulce
del hojaldre. Era el invierno. La soledad y los vasos de plástico junto al
distribuidor de detergente y las monedas diminutas de dos céntimos. No sirven
para nada. Crucé entonces la calle y pisé un charco y en el escaparate
iluminado de Lecoq los cruasanes eran como juguetes caros, tan perfectos. El
mendigo cruzó. Vino hacia mí. Le vi mover los labios para no decir nada, la
taza de cerveza entre las manos con mitones y una manta isotérmina del SAMU
flotándole detrás, como una capa triste de aluminio. Parece un súper héroe,
¿sabe usted? Era noviembre y fue de noche y los coches pasaban salpicándonos
frío y a mi no me llegaban las monedas de cobre ni para la secadora ni un
pastel. Puedo prestarle un euro -dijo entonces el héroe, amoratado, buscándome
los ojos en el escaparate-. Puedo prestarle un euro, Señorita, si usted quiere.
Parece ser que en árabe y hebreo “Emaús” significa “primavera templada”. Un
alto en el camino.
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All You Need
Aquel
dolor, la luz gigante en mi cabeza.
Cualquier
autobús vale, cualquier mano tendida:
Esto es
lo más al norte que has estado -pensaba-
Y estás
sola. Sola con el dolor,
la luz
hiriente,
un enjambre
de bichos sangrando en los oídos.
Pronto
escuché una voz, vi esas monedas
puras
caer sobre la herida, poco a poco.
Sólo
entendí: Deshielo.
Fue
estallando el dolor, la luz, de mil colores.
Martha
Asunción Alonso
Detener
la primavera
Ediciones Hiperión
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