En la
serenidad de la nevada pasan
las
sombras de las nubes, tan veloces,
a su
través, según su capricho. No bajar
la
mirada, saber su peso y además sentirlo.
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Es un
atardecer de otoño. No hay nadie
en los
caminos vecinales, ni en las aldeas,
nadie. Al
llegar al pueblo abandonado
la
terquedad del pájaro en el alero, llamando.
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Ha tapado
la nieve la leña que partimos,
las
paredes caídas de las arrañes,
los
días que se van, de qué manera. También
el
cementerio, nieve sobre nieve, el olvido.
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Ésta como
contento el campo, ayer
llovió y
a mediodía se siente un calorcillo
acogedor.
Si no mudara parecer, diría siempre
su
ilusión, lo que es la mocedad, vamos.
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Lleno de
bayas, y sin hojas, el escaramujo,
con su
rojo subido, noviembre casi,
en
mitad del ribazo, solitario, espino
ardiente
parece, palabra del más allá.
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Restos de
nieve granulada junto a la cerca
de
piedras que serpea por el alto del puerto,
en lo
sombrío, mientras viene mayo
y
resplandece, como si no existiera lo fatal.
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Al alba
se recorta la silueta del ciervo
en la montaña.
Otoño. En el color del cielo
lo
rojizo del arce y el bronce del hayedo.
No volver
la cabeza cuando salgas de Diustes.
Fermín
Herrero
Húrgura
Imágenes
de Henar Sastre
Editorial
Páramo
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