Dejarle
la flor a la planta
permitir
que se transforme en fruto
sabiendo
que eso detendrá su crecimiento
hacia
dimensiones magníficas
ramificándose
hasta invadir todo
jardín
y continente
transformar
el ardor en plena avalancha, hacer
que el
amor inhiba su crecimiento para que mute
desde
la euforia del deseo
a la
energía latente y contenida del botón
dejar
que a
su ritmo se vaya abriendo pétalo
a
pétalo
el
germen de quizá qué
observar
que el pecho encuentra sosiego
bajo
la luz oceánica
sin
viento ni sonido ni movimiento
siquiera
verlo
venir entre la marea
de
yerbas que pinta el monte
distinguir
su gozo cobijado
en la
certeza de calma
suave
inmersión
en la
dicha húmeda de la selva
oleaje
o mujer
sonríe atravesado
por la luz de la costa
sus
ojos vegetales contactados conmigo
entre
la espesura de algas y muscínea
reafirmo:
dejarle
la fruta al talo
y a su
geotropismo negativo
confiar
así lo
designan los meristemas apicales
preferimos
siempre frutales
a
eudicotiledóneas arbóreas
permitir
que lo voluptuoso
que el
mareo libidinal
caiga
cual hoja seca para abonar los brotes tímidos
que a
su ritmo van tanteando el solcito que baña el puerto
la calma al salir
de la rompiente para yacer en la arena
albor
ultramarino
hey
el
tiempo cesa
y
enmudece
bajo la
ola
hundidos
suspendíamos
la superficie por cuarenta y ocho horas
acostumbrados
a crecer en el diluvio
los pterocarpus
officinalis
la
humedad que le dejaba sobre el pecho
en esa
habitación de cara al Pacífico
el torrente
de mi semilla
cuando
desde dentro
sentía
aproximar
la suya
mientras
me pedía
que lo
riegue
que lo empape
que lo
inunde.
Ashle
Ozuljevic
Botánica
Ediciones
Liliputienses
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