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lunes, 21 de septiembre de 2020

LA SANTA CONTAMINADA UN POEMA DE NO VOLVERÁS A HABLAR NUESTRA LENGUA DE CRISTINA MORANO

 

 

 

 

02 LA SANTA CONTAMINADA

 

 

 

No

conozco la ciudad, te dices.

La tarde primera del verano

te duele en cada hueso y es nido

la casa, es madriguera

donde nadie entrará

ninguna otra vez si no es con duelo.

 

La ciudad se despliega,

reverbera delante de tus ojos

como una fiebre extraña,

oyes pájaros donde antes velocidad

y luces de neón.

 

Buscas dinero de nueve a nueve,

eso es todo lo que necesitas de los otros.

 

Por las radiantes avenidas

del Corte Inglés te cruzas con un carrito

que lleva a una mujer de tu edad,

encogida sobre sus rodillas,

chupándose las manos,

llenando de babas el pasillo

resplandeciente.

Haz como ella. Porque ella es

más triste que tú, más extranjera que tú,

más punky que tú.

La vieja delgada bebé

con su cerebro paralizado

ha conseguido más subversión

que todos tus poemas hiper-críticos

elaborados con el mismo lenguaje

del propietario o de la beata. La vieja

bebé se ha meado en el pasillo

so cool de los cosméticos,

ha llenado de babas las luces de neón

so trendy de las marcas.

Qué asco,

decías tú, qué.

Mira a la diminuta subnormal

cagándose en el Mercado

mientras tú lloras en casa,

limpiando la casa los viernes,

advirtiendo a tus amigos que no se droguen,

que no se casen,

que no vean televisión los domingos.

 

Mira,

en el teléfono anuncian la Infección.

No solo los antisistemas,

sino los profesionales

serán exterminados,

conminados a no salir

de las instalaciones sanitarias.

La Hermana Paciencia será

cantada como mártir preciosa:

vieja monja de una raza pobre,

preciosa sucia sangre extranjera negra,

pero valiosa como oro porque contiene

anticuerpos contra el ébola.

Aparta tu puto asco,

your fucking pain,

puto dolor,

asshole, es La Cura.

Esas babas, esa sangre,

estos sagrados viscosos licores.

La subnormal, la negra, la bestia

manchando, curando, entrando

en el Sistema por la puerta grande.

 

 

Los negros pacen en silencio

como si no fueran hombres

sino rebaño de los hombres.

A veces chillan muy fuerte,

llegan hasta la valla de Europa,

manchan de sangre las cuchillas,

dejan allí sus virus, su furia, el que tenga

anticuerpos del ébola, pase,

el que tenga la fuerza sola de su trabajo

muera.

 

Nocturnas azucenas del jardín

te han arrebatado después,

al pasar por los grandes almacenes,

campánulas transparentes que durante el día

son alba vegetación inane

y por la noche

su blancura fosforescente

exhala el olor de la santidad,

algo que paraliza y nos cura.

 

Santa Subnormal,

quieto bebé delgado tú,

cada mañana compras la prensa,

miras los perros, enciendes las luces.

Yo te he visto

golpearte la frente,

morderte el puño,

llenarlo de babas.

Santa Contaminación,

dejas un moco en las sábanas

y sigues leyendo

con una botella de plástico al lado:

tanto lloro, tanto moco y tanto vómito

te han dejado la piel reseca,

el cuello arrugado,

el escote marchito. Eres tan inútil,

que ni siquiera esta aparición

digna de Artaud & Baudelaire

empujando un cochecito ortopédico

logrará sacarte de ti misma y mancharte.

 

No, tú, como Sylvia Plath,

has conducido tu vida

hacia las hogueras,

ahora, en el escalofrío, te repliegas

de nuevo sobre tus rodillas,

retraes tu casa y tus versos/hijos a tu útero

y abres el horno: muchos años de grasas,

vísceras de pescado,

hojaldres reventados

y pizzas te miran.

Iremos a emborracharnos al Ritz

y luego lloraremos

en el centro de la Ciudad

mirando las noticias.

La llenaremos de mocos y babas. Des-

conozco la ciudad, me dices.

 

 

 

Cristina Morano

No volverás a hablar nuestra lengua

 

La Estética del Fracaso Ediciones


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