La caza
A mayor impertinencia
el tiempo castiga con sus manos
pulcras, pone a escurrir las galas
del difunto y de un sólo trago se bebe
la pócima.
Si fuera el allegado antiguo
que ha venido a recuperar su tesoro
enterrado en la grava —un par
de monedas y una alfombra raída,
un coche de guardias y una muñeca
de yeso—
pero no.
Grita tu nombre y se deja poseer
por la extraña silueta. Se compara
a quien tú ya sabes de sobra: idéntico
rostro avejentado, los brazos
que penden,
inútiles, del cuerpo.
Igual que monigote.
Ahora que estamos tú y yo
solos y nadie nos molesta. Ahora
que descubro en tu sombra picotear
tus dientes un pájaro espantoso
y olvidarte sin ganas.
A tanto amor le acribillan
tres minutos de lluvia.
O no es eso. Sobre tu carne
maldita ellos secan palabras.
Luis Miguel Rabanal
A la que falta
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