XV.
El poema es el rostro en el espejo
más verdadero que el rostro y que el
espejo.
El poema es el flujo de la sangre
más allá del cuerpo,
el ritmo de la sangre más allá de la
sangre
—sus cauces rigurosos, su latido
sordo y unitario.
El poema es el ritmo de lo otro en mí
más allá de mí, siempre, más allá,
donde mi silencio se topa con tu ritmo
y repercute en mí, que solfeo en el
poema
un ritmo numinoso,
cifra que hace eco en el eco
que es cuerpo verdadero
—lo numinoso en ti y en mí—
el ciclo de las esferas tocándose y
abandonándose
—alejándose, sí, una de la otra,
pero desasiéndose de sí también
cada cual
en su dorada, fecunda negligencia.
En su ritmo me despliego.
En su metrónomo
caprichoso y fugaz
despliega el universo sus
fantasmagorías
—su verdad.
No hay traducción posible,
—o sí la hay:
de lo uno a sí mismo,
de lo uno a aquello que tantea y vence
de lo que sabe de sí
—su pobre imperio.
El poema, digo,
digo la música, digo el
movimiento
de la danza en el cuerpo, el de la
piedra esculpida...
Y la música en el trazo y en la
piedra, digo,
y el movimiento sinuoso y firme del
poema,
docta cadencia, felicísima caída en
el cruce
de todos los sentidos.
Mercedes Roffé
Las linternas flotantes
Editorial Polibea
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