Escribo con pleno conocimiento de que la
mayoría de los analfabetos del mundo son mujeres, de que vivo en un país
tecnológicamente avanzado donde el 40% de la gente apenas puede leer y el 20
por ciento son analfabetos funcionales. Creo que estos hechos tienen una
relación directa con las fragmentaciones que yo misma sufro y que es un asunto
que concierne a todos. Porque puedo escribir -y pienso en todas las formas en
que se ha impedido escribir a las mujeres-, porque mis palabras se leen y se
toman en serio, porque considero mi trabajo como parte de algo más grande que
mi propia vida o la historia de la literatura, siento la responsabilidad de
seguir buscando maestros y maestras que me ayuden a ampliar y a profundizar las
fuentes y a examinar el ego que habla en mis poemas; no por “corrección”
política, sino por ignorancia, solipsismo, pereza, deshonestidad, o por
escribir de manera automática.
A finales de los años sesenta y
principio de los setenta, muchas feministas estadounidenses, incluida yo misma,
proclamaron su frustración y desilusión con la Izquierda Marxista, que parecía
incapaz de reconocer y hablar de la opresión de las mujeres por el hecho de
serlo. Insistíamos en que nuestras cadenas no eran sólo económicas, sino
mentales, inmersas en esa esfera doméstica o “privada” en la que hombres de
todas las clases dominaban a las mujeres. Creo que teníamos razón: no podemos
tomar en serio ninguna ideología que reduzca a las mujeres a ser simplemente
miembros de la clase trabajadora o de la burguesía, que no reconozca lo
importante que debe ser el feminismo en el proceso revolucionario. Pero, de la
misma forma, en la pasada década, las “feministas radicales”, las “feministas
socialistas”, las “feministas lesbianas”, fueron tirando unas de otras,
ampliando los puntos de vista entre sí, escuchándose con atención y aprendiendo
de las demás más de lo que con frecuencia admitimos. Las mujeres de color han
sido frecuentemente el catalizador de esos contactos y los principales
exponentes de una conciencia en evolución.
Adrienne Rich
Sangre, pan y poesía
Sangre, pan y poesía
Prosa escogida 1979 - 1985
Introducción y traducción de María
Soledad Sánchez Gómez
Icaria Editorial
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