LO QUE MÁS ME GUSTABA
era hurgar en el cajón de tu mesilla.
Tropezar con aquel inventario de cosas
inservibles.
El pastillero roto,
la cajita de nácar con mis dientes de
leche,
negativos sin fotos,
emulsión transparente
donde la oscuridad deslumbra
con su plata metálica.
Escenas ya vividas
por la mujer que fuiste en otro tiempo
y que yo me empeñaba en comprender.
Caracolas sin mar,
pelusas y botones
un guante desparejo,
como esos piececitos de cera bendecida,
esas manitas huérfanas
que cuelgan en algunas capillas,
exvotos que celebran
la curación de un niño enfermo.
Llaves arrinconadas
que extraviaron sus puertas sus cerrojos
magia desvencijada piezas
sin ensamblaje
deterioros
todo formaba parte de tu vida anterior.
Un humus florecido
en el bancal de tierra removida
donde la infancia encuentra una tarea,
una razón de ser.
——————
MADRE
he venido hasta aquí a restañar tus
ataduras
a contener el frío alojado en tu boca.
Soy la hija
que te aguardó despierta cada noche
y que ahora regresa
para lavar tu lengua
de la herida
silente.
He cruzado el jardín del abandono
He abatido sus puertas,
llevo una piel de niña para arropar tu
cuerpo
y llenarte de juncos
mariposas
botones.
He vaciado tus frascos de pastillas,
las trago una por una
—sagrada eucaristía del olvido—.
Me he cubierto de musgo
para no lastimarte
y llevarte conmigo
hasta un claro del bosque,
donde enterrar por fin
todo lo que perdimos.
Rosana Acquaroni
La casa grande
Bartleby Editores
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