SAPO
(Primera parte)
Ni tu
olor a más de ciento veinte metros...
Yo te
estaba buscando, marré nuestro vagar por esos montes,
campos
pelados por el odio, tierras de Atamaría,
sofocados
beneméritos por las secas cuestas, grilletes
para el
Gran Hacedor, preso por sus culpas, guía
obscuro.
Vagamos
y vagamos, pues eras nuestro Norte, sí,
todos
ansiaban tu piel, querían tus ropas desgarradas, tus orificios de
entrada, sí,
así te
buscamos.
Pozos
mineros, pozos, receptáculos del olvido que olvidamos,
cientos,
cientos de bocas desdentadas hacia el hondo, a por Lo Negro,
allí
mirar, ojos con temor hacia el abajo, y al final,
una
conciencia, una mordida del pasado que delata, y un zapato,
un
misero zapato en la noche fría, la suela
delatora,
la pared
de piedra vieja y joven sangre, tu morada,
y aún
sin oler tu miseria, sin ver tu cráneo destrozado, tu corazón
horrorizado,
por fin
te pude poner nombre, Sapo, Yerto de terrible
y
profunda
presencia.
(Segunda
parte): EL EMPOZADO
Y qué
debiste sentir...
Me
hablan de una excursión dominical, una procesión que invadió las
siestas,
cuatro
amigos púrpuras y a fumar base, un Cristo Gitano acuchillado
en un
coche de yonquis y catanas escondidas, costaleros a la Mina Teresita,
a la
vida de la lepra y de la coca, ibas tú con Caronte al volante,
era
tu
último viaje.
Cuándo
lo notaste, dime,
cuándo
viste que esos ojos te apenaban la carne, cuándo
tiraste
la botella para correr contra el tiempo, cómo
te
percataste del filo de las muecas y los ficus.
Pero tú
ya no puedes contestarme, empozado, largo...
Porqué,
no hay un porqué, brazos que te sujetan mientras
sobre
el arbusto seco
el
Marqués te abre las sangres, a grito y golpe
de
saliva,
el
dolor, el alarido del socorro, los dedos de la incaricia y la
inclemencia,
y
arriba, izado,
bandera
de tu muerte sobre el muro empedrado, luchaste,
aquí
quedó la huella de tus manos de rojo aterradas, aquí
la marca
de esa espalda que va a sajar el aire,
el
zapato, y las piernas de pronto, como alas
agarrotadas,
Ícaro
subterráneo, arribando a tu Sol Negro, ya llegando
por
segundos.
(Tercera
parte) YERTO
(Dijo un
Guardia Civil, “no dejad que se acerquen los gitanos”,
que no
vengan los gitanos, no, que nos teñirán de luto estas minas,
que nos
pedirán justicia que quizá no hayamos de darles).
Tu ira
supuso tres destellos, tres rosas de sangre,
y luego
caer, y soledad, y silencio...
Un
extraño izó una cara, un país y una bandera horrorizada,
destrozada por el [suelo,
el
pueblo liderado por el lúgubre
pozo,
por la
base de cocaína, por el acero, ese que cerró esa maldita puerta.
Habéis
sido todos, todos contra su dolor, tres golpes de grito,
pero todos,
lentos,
asechanzas y mentiras, tres, sí,
su odio
y luego tres brazos ya podridos, ya anunciados, vosotros, sí,
quizás
el gemir y la rabia (¡¡ay!! ¡¡dejadme!!),
los
que lograsteis
esa callada
p r o c e s i ó n
de la
muerte negra, del pariente...
Y en la
loma nos esperan los gitanos, procesión horizontal de ropa negra y
dolor mordido,
les
veis, ya lo sabéis, sí, (in dubio pro reo, motherfucker,
motherfucker),
pero
vuelve tus ojos, y cuida, esos gusanos que yo vi
siempre
p
e
r
m
a
n
e
c
e
r
á
n.
Andrés
de la Orden
Metal
Negro
Raspabook
Editor
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