[Mamá
era Ilsa Lund al principio de todo]
Volvimos
a darnos cuenta
e
interpretamos la historia,
los días
y las recetas
sin
conocer el final
de una
historia a medias.
Cuando
mamá reunió a los hermanos
y
anunció el desastre
ya todos
estábamos a solas con el banco,
pendientes
de pediatra,
a
expensas de seguro.
Provocar
un final
es poder
elegir uno mismo,
querer
que
pase,
dejar
que pase.
Cuando
mamá se acercó a nosotros
y nos
dio un beso
agachándose
y recogiendo la maleta,
buscando
las llaves,
poniéndose
el abrigo,
creíamos
que era broma
y alzó
la mano como diciendo bueno,
hasta
pronto,
hijo,
hasta
muy pronto.
Cuando
mamá pensó en nosotros
ya
estaba sóla,
fumaba
cigarrillos liados con cuidado
y pasó,
quiso
que pasara.
Mamá
supo mucho antes
de que
color visten los niños
en los
campos de concentración,
qué
punto del cuerpo duele
cuando
se tiene hambre,
qué
molesta cuando hace días
que no
tomas una ducha
porque
no hay agua,
ni
jabón,
ni
espuma,
ni
esponja,
ni nadie
que te deje
ducharte.
Creíamos
que era broma
y alzó
la mano
como
imitando el gesto
de los
que van a despedirse,
de los
intrusos, de los obligados.
Mamá ya
lo sabía,
sabía
de cuantas raciones hablaban,
sabía
que sonido avisaba
del
corre que te pillo,
sálvese
quien pueda,
haciendo
corros siendo niños,
jugando
a los aviones,
jugando
a los pilotos,
Mamá ya
lo sabía,
creíamos
que era broma.
En
tiempos de guerra y de penuria
provocar
un final
es poder
elegir uno mismo,
querer
que
pase,
dejar
que pase.
Mamá
puso Casablanca
y supo
interpretar
y
recitar de memoria
y supo
las mejores frases,
las
muecas de Rick,
llorar
como Ilsa,
enamorarse
de nuevo.
Provocar
un final:
nosotros
sólo así podemos
dejar
que pase,
querer
que
pase,
dejar
intencionadamente
que
pase.
Sara
Herrera Peralta
[Mamá
era Ilsa Lund al principio de todo]
Ilustraciones
de Teresa Sánchez-Haro
Cangrejo
Pistolero Ediciones
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